El peor enemigo de las parejas que cojean son las vacaciones. En España, por ejemplo, la mayoría de familias se van a veranear en agosto, pero apenas llega septiembre enseguida se disparan a lo loco las demandas de divorcio: demasiado tiempo solos, amarraditos y viéndose las caras todo el día.
Un amigo me dijo: “¡No existe divorcio sin tercero implicado!”... Son puros cuentos. Yo no sería tan taxativo, pero es verdad que así se explicarían buena parte de las rupturas en septiembre: un mes entero sin verse con su dulce tormento, treinta largos días sin siquiera una escapadita furtiva, eso para muchos cojos acaba siendo la zancadilla definitiva.
Sin embargo, los terceros en discordia no suelen tener tanto poder como se dice, y las traiciones no siempre son fatales. Eso depende del talante de cada uno. Leamos, si no, la carta que la duquesa de Orleans —madre del que luego sería el último rey de Francia— le dirige a su marido Felipe:
“Os confieso que al principio de vuestras relaciones con ella, me sentí desesperada. Acostumbrada a vuestras fantasías, me asusté mucho al veros relacionaros con alguien que podía quitarme vuestro afecto.
La conducta de madame de Buffon, desde que vos estás con ella, me ha hecho reconsiderar mis prejuicios. He reconocido en ella una gran afección por vos, un gran desinterés, y creo que es tan perfecta que no puedo menos que interesarme por ella”.
En cambio en Argos, en tiempos de Cleómenes y Demarato, la cosa se puso tan patas pa’rriba que entonces “promulgaron una ley ordenando que las mujeres casadas que tuvieran un amante, debían dormir con sus maridos”. No querían y no querían.
Si no es bajo la mirada de un vivo amor, nadie superaría un escrutinio de tantos días seguidos: a palo seco todos somos insoportables. Para superar felices la prueba de agosto, los otros 11 meses del año la pareja tiene que prodigarse en mimos, y siempre seguir los consejos detallistas de Oscar de León. Sobre todo: “Trátala… con mucha ternura”, y todavía mejor: “Báñese… junto con ella”. De lo contrario, no hay Romeo y Julieta que salgan indemnes.
Ahora bien, nadie puede saber con certeza los motivos de una separación ajena (el de “Josefa Matía” a una la dejó por fría, y a otra por dormir de noche). Plutarco cuenta que: “Un romano había repudiado a su esposa y, cuando los amigos lo reprendían diciendo: ‘¿No es sensata? ¿No es bella? ¿No te da hijos?’, les señaló la sandalia y dijo: ‘¿No está bien hecha? ¿No es nueva? Sin embargo ninguno de vosotros puede saber en qué parte sufre un roce mi pie”.
De Buena Vista Social Club son los compadres que reprenden a otro porque, “tan viejo y con poco brillo”, ahora quería dejar a su mujer por otra, quería “dejar el camino por coger la vereda”. El amigo mío se la sabe toda: “Ningunas sandalias apretadas… Al romano ese de Plutarco yo lo hubiera desenmascarado de una canturreándole: ‘Pero, mire, compadrito, usted ha botao a la pobre Geraldina… para meterse con Dorotea”.
Por uno u otro motivo, pero hoy, que aquí es el último día de vacaciones, las autopistas españolas estarán repletas de gatos bravos que regresan pensando: “Apenas lleguemos se lo digo… ¡Me divorcio porque me divorcio!”.
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