Amigos venezolanos, me dicen vía WhatsApp que en este momento su país sufre una desesperante calma chicha, como la que altera en altamar los nervios de los marineros. No saben cuál va a ser la próxima movida entre el gobierno bolivariano y la Mesa de la Unidad Democrática, a la que acusan de haber negociado “despacito” con Maduro, quien es ininteligible, pues no es dictador, no tiene talla de presidente, no es demócrata, ni se le puede poner tampoco el título de comunista. A todas luces, viendo por televisión sus caricaturescas alocuciones, es un tipo que no sabe conducir un carro y ahora maneja un cohete con un misil en la punta.
Increíble, como desde una perspectiva se puede parecer a Trump. Con la misma perspectiva que Uribe se podría parecer a Chávez. Un cuarteto de guapetones de esquina.
Y la oposición carece del carácter político suficiente para derrocar a un gobierno impopular internacionalmente, pero con una masa que lo acompaña en sus manifestaciones, aunque un Estado asistencialista siempre tendrá gente en sus convocatorias. Esa oposición no ha cambiado, desde el histórico ridículo que hizo cuando en un intento de derrocamiento le dio un corto golpe de estado de tres días a Chávez en 2002. En ese lapso asumió Pedro Carmona, quien ‘ungido’ de poder cometió errores que lo llevaron a salir corriendo del país. No en vano se le recuerda como Pedro ‘el Breve’.
Luego están líderes como López y Capriles, con aire de galanes de culebrón de televisión y poco discurso coherente. Por ahora, los hermanos venezolanos sienten que no tienen una oposición firme y creíble. Muchos, aquí y allá, consideran endebles a los líderes opositores que se enfrentan a la denominada Revolución Bolivariana.
Ponen en tela de juicio a Rosales, con más años en el poder que el mismo chavismo. Y a otros opositores con jugosos contratos estatales, como los tiene Ramos Allup. También se sienten engañados porque después de la votación de la Constituyente no se dio la anunciada transición.
Esta nación ha sido económicamente poderosa y derrochadora en lujos y bienes de consumo. Impensable que por Venezuela sintamos lástima, cuando otrora fue un remanso de paz, bienestar y prosperidad, en un sentido políticamente correcto. En el trasfondo siempre hubo un alto nivel de corrupción en todas las esferas de la sociedad que terminó dejando a un Chávez populista con todo el escenario electoral a su favor. Fue un voto castigo con propuestas que calaron muy bien entre la gente.
Me cuentan también vía WhatsApp que en muchas zonas la vida sigue un aparente curso normal. Los ‘sifrinos’ tienen al alcance de su mano recursos para repagar alimentos o han logrado entrar a las cadenas de la especulación. O usufructúan del ‘negocio’, afirma el pueblo raso que está en la mitad del peligroso juego y a estas alturas no llega ni a jamón del sánduche.
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