De acuerdo con el Estudio Nacional del Agua 2014 del Ideam, las cargas contaminantes del sector doméstico superan a las realizadas por la industria. Así, por ejemplo, del total de carga orgánica vertida después de tratamiento el 70% correspondió a aguas residuales domésticas.
Más importante aún, la remoción de carga contaminante en las aguas residuales domésticas es mucho más baja que la realizada en la industria: 15% contra 54% para la carga orgánica. Esto no es de extrañar si se tiene en cuenta que menos de la mitad de los municipios del país cuenta con sistemas de tratamiento de aguas residuales.
La precariedad en el tratamiento de estas aguas termina necesariamente afectando la calidad de los cuerpos de agua del país (ríos, ciénagas, lagunas, arroyos, mares…), lo cual disminuye los servicios de recreación, abastecimiento y soporte de vida que emanan de dichos cuerpos de agua para el goce de toda la sociedad.
En el caso de las ciudades del Caribe colombiano no deja de ser paradójico el impulso que recibe el desarrollo inmobiliario apalancado en los atractivos de playa y mar cuando al mismo tiempo la calidad de estos atractivos se ve cuestionada por el limitado, y en algunos casos inadecuado, tratamiento que recibe el creciente volumen de aguas residuales generadas por ciudades en expansión.
En esta situación, el no tratar adecuadamente las aguas residuales domésticas es un sin sentido económico. Los beneficios de hacerlos son múltiples y no hacerlo le impone un costo a toda la sociedad. Si económicamente está justificado el tratamiento, las razones para no haber avanzado lo suficiente deben buscarse en otro lado, quizás en la incapacidad del Estado para proveer los bienes públicos que demanda la ciudadanía.
*Profesor del IEEC, Uninorte. Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad exclusiva de los autores y no comprometen la posición de la Universidad ni de El Heraldo.