Alrededor de la precandidatura presidencial de Viviane Morales se ha generado un alboroto digno de nuestra más arraigada tradición de república bananera. A pesar del desorden se dejan ver los argumentos a favor y en contra de la senadora, los cuales, en medio de la torpeza de quienes los expresan, se disputan la verdad entre la religión y la ideología.

Por una parte, la señora Morales ha sido militante del Partido Liberal a lo largo de toda su vida política, y a nombre de esa colectividad fue elegida parlamentaria en varios períodos, lo cual la hizo conocer y a la postre la catapultó a la Fiscalía General de la Nación.

De otro lado, la exfiscal no ha ocultado la importancia que en su vida tiene la fe cristiana que profesa: sus dos matrimonios han sido con pastores de esa iglesia, y en los últimos tiempos ha defendido políticamente causas que provienen de sus creencias religiosas.

La posibilidad de que Morales se convierta en candidata liberal a la Presidencia supone contradicciones que el griterío de este tradicional pero menguado partido no logra subsanar. Si ser liberal implica tolerancia, libertad, amplitud de criterio, ¿cómo justificar una exclusión sumaria de Viviane, que siempre ha sido un miembro destacado de ese grupo? Si ser liberal implica defender una concepción laica del Estado y una postura progresista acerca de la familia, los derechos de la mujer y las preferencias sexuales, ¿cómo puede ser posible que la senadora, que acaba de liderar una campaña en contra de la adopción de niños por parejas del mismo sexo o de personas solteras, pueda hablar en nombre de los liberales?

Estas contradicciones reflejan la precariedad de nuestro sistema político, venido a menos hace tiempo por cuenta de la medianía intelectual de sus líderes y del oportunismo y bajos instintos de sus ejercicios electorales.

Pueden intuirse las motivaciones de quienes defienden el derecho de Morales: los votos cristianos que el alicaído partido de Gaitán necesita con urgencia si no quiere seguir en la postración, en la nostalgia del poder perdido, en la triste cotidianidad de quienes reciben migajas en forma de puestos. Pero, si quieren servirse de quienes obedecen los preceptos bíblicos tendrán que renunciar a casi todos los fundamentos sobre los cuales se sustenta su construcción ideológica, o al menos ignorarlos disimuladamente, como quien no quiere la cosa, balbuceando las evasivas respuestas de los políticos profesionales, que es lo que seguramente pasará si la senadora liberal-cristiana llega a ser su candidata elegida.

De todo este embrollo solo parecen claras dos cosas: la ‘masa liberal’ que agitaba el trapo rojo en las plazas públicas ya no existe; y si existiera, la senadora Morales no formaría parte de ella, por goda y por rezandera.

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