El término innovación se convirtió en la palabra de moda para los empresarios, investigadores y hacedores de política pública. Sin embargo, su interpretación no siempre es la adecuada y, por ende, los resultados que se esperaban no necesariamente correspondían a las estrategias implementadas.

Mucho se ha hablado sobre los mecanismos públicos para incentivar la innovación, como si esta fuera el fin último de la estrategia empresarial. Copiamos al píe de la letra los manuales de la OCDE esperando que estos cambiaran la cultura de nuestras empresas y nos volveríamos un “país innovador”.

En esta misma línea, nos trazamos metas de alcanzar el tanto por ciento del PIB en inversión en ciencia, tecnología e innovación (CTI), queremos tener unas cuantas patentes por cada mil habitantes, y así otra batería de indicadores que a nivel macro (en promedios de promedios) tienen sentido, pero a nivel individual no tienen el mayor impacto.

De nada sirve tener patentes si estas no van a ser licenciadas. Igual, de nada sirve invertir en CTI si no tenemos claro adónde queremos llegar. Las nuevas tendencias de modelos de gestión de la innovación toman como punto de partida el entendimiento de las necesidades del futuro usuario y se basan en herramientas ágiles para llegar al mercado en el menor tiempo posible y al menor costo.

Teniendo en cuenta lo anterior, se requiere que las instituciones públicas y académicas que apoyan el ecosistema de innovación se muevan a la misma velocidad y bailen al mismo ritmo.

Nosotros crecimos y nos educamos con la idea de tener una gran empresa, siendo el tamaño la razón de ser del negocio. Hoy por hoy, es más importante tener estructuras organizacionales que le permitan tener flexibilidad a la hora de tomar decisiones.

Nuestro tejido industrial necesita más diferenciación de producto y una mayor generación de valor. Para esto es fundamental desarrollar estrategias de cocreación y de inteligencia competitiva. Esto es lo único que garantiza que podamos introducir nuevos bienes y servicios al mercado y que podamos protegernos de las amenazas de la competencia.

*Profesor del IEEC, Uninorte. Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad exclusiva de los autores y no comprometen la posición de la Universidad ni de El Heraldo.