Años después de la frustrada presentación de Juancho Polo en el Festival de la Leyenda Vallenata en 1972, en el que no alcanzó a llegar a la final, pude constatar que este legendario acordeonero y compositor se inscribió nuevamente en 1975 ante la oficina de Turismo del Cesar, entidad que en aquel entonces organizaba el Festival Vallenato, para participar como acordeonero profesional el día 28 de abril en la Plaza Alfonso López, pero como no podía llegar en esa fecha sino al día siguiente, les comunicó a los organizadores por medio de un telegrama: “Imposible viajar, sigo esa”, Juancho Polo. Esta lacónica comunicación me motivó a indagar lo relacionado con la personalidad y los aspectos de la vida de este humilde hombre que con su vivaz inteligencia compuso canciones en las que no solo narraba lo que le acontecía a través de asombrosas melodías sino que nos transporta al escucharlas a un mundo más allá de lo material.

No fue fácil penetrar en ese universo fantástico de este músico por la poca información que se tiene recopilada y por su personalidad huraña, que hacían difícil conocer sobre sus asuntos, por tal razón tomé la decisión de viajar a Flores de María, hoy día corregimiento del municipio de San Ángel (Magdalena), donde Juancho fue llevado por sus padres pocos días después de su nacimiento, en 1918, en Concordia (Magdalena). Ellos, buscando tierras nuevas para cultivos, se trasladaron a esa rica región conocida en aquel entonces como La Montaña. Su nombre de pila era Juan Manuel Polo Cervantes, pero ya mayor le decían Valencia por ser seguidor insigne del poeta payanés Guillermo León Valencia. En Flores, después de indagar, pude constatar que Juancho, hijo único, contrario a lo que siempre se ha dicho, aprendió a leer y escribir allí, con las maestras Ana Cabas, Josefa Valera y Anaul Moreno. Es inaudito afirmar que un hombre iletrado sea capaz de componer una canción como Mujer de adorado cuyo verso inicial dice:

Mujer de adorado pelo
Y de sonrisa de aurora
Dime si el sol te enamora
Para bajártelo del cielo.

El que era un niño introvertido aprendió a tocar solo el acordeón, así, poco a poco fue conociendo los vericuetos del instrumento que años después sería su único compañero en las buenas y en las malas. Pronto armó su conjunto e inició presentaciones en las fiestas patronales. Con el acordeón le llegaron sus composiciones, que se caracterizan por un estilo propio, algunas de contenido relevantes, otras compuestas de acuerdo a su estado anímico y al grado de beodez en que se encontraba.

En ocaso de su vida se caracterizó por encrucijadas emocionales generadas por parrandas interminables y francachelas, las que labraron en él una situación personal difícil, afectando su endeble físico y mancillando además su reputación por las continuas trifulcas que constantemente creaba, propias de su dependencia alcohólica y del ambiente que frecuentaba. Este recorrido tortuoso de senderos enredados en busca de la calma se acentúo con la muerte de su esposa Alicia Carrillo, cuyo deceso le produjo un dolor profundo, el cual plasmó en una de las más bellas canciones vallenatas Alicia adorada, grabada como un lamento por Alejo Durán, en donde conjuga impotencia, angustia, sufrimiento y la nostalgia que inmisericordemente lo laceraba. Después de este duro golpe nunca se levantó, ya no tenía una razón para vivir, era imposible soportar esa pena, ella era su sol radiante, no una nube pasajera más, esta pena le desbordó el alma y lo aniquiló.

Como Dios en la tierra no tiene amigos /Como uno no tiene amigos anda en el aire /Tanto le pido y le pido, ay hombre /siempre me manda mis males. /Se murió mi compañera, qué tristeza /Alicia mi compañera, qué dolor /Y solamente a Valencia, ay hombre /el guayabo le dejó.

Por Ricardo Gutiérrez G.
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