Un hombre se pasea con una guacharaca en medio de una fila de carros. Después de su breve interpretación extiende su gorra para que depositen en ella algunas monedas. El semáforo pasa de rojo a verde. Aplausos, curiosidad e indiferencia son la reacciones de conductores y transeúntes. A decir verdad, más indiferencia que aplausos.
'Vivir de la música no es fácil y menos si eres venezolano', dice Wilmer Montero después de afinar su trombón. Detrás suyo, otros músicos de su terruño esperan con redoblantes, bombo, trompetas y güira, entre otros instrumentos, a que el semáforo cambie de luz, cerca de un centro comercial del norte de la ciudad.
Así como ellos, son muchos los artistas del vecino país que huyeron de la crisis para, entre notas, probar suerte en Barranquilla.
No importa si cae agua del cielo o el sol se muestre inclemente, estos artistas pueden convertirse en mariachis, reguetoneros, champeteros, salseros, baladistas o interpretes de clásicos del Caribe, que también es su Caribe. No tienen un género inamovible, lo importante es tocar y hacerlo bien. El sustento llegará por añadidura. 'Sonreímos y llevamos alegría para alejarnos de la realidad que nos dejó sin patria', dice Montero con su trombón al hombro.
Baladas y superación personal