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*Enviada especial

No hay tiempo para mucho arreglo, tampoco para comer o hablar. Con lo básico les basta para vestirse, pronuncian las palabras rápido y devoran los alimentos en menos de cinco minutos.

Tan rápido como las jornadas de sus habitantes pasan las luces de Shenzhen, en China. Su presentación ante el visitante o turista es el reflejo de haber crecido vertiginosamente, porque bien lo dice el lema de su gente: 'el tiempo es vida y la eficiencia es dinero'.

Las luces que adornan sus calles y árboles revelan una ciudad moderna y joven. Nadie, llegando desde Guangzhou por tierra o aterrizando en su nuevo aeropuerto, imaginaría que hace unas décadas era un pueblo de pescadores.

Ubicada en la provincia de Cantón y con cuarenta años de existencia, Shenzhen se abre paso en el campo tecnológico. Tal es el protagonismo que ha tomado que es considerada por los expertos como el Silicon Valley de China. Su capital electrónica.

Bajo la batuta de Deng Xiaoping, máximo líder del país en ese momento, se anunciaron reformas históricas en China. En 1978 se dio el gaige kaifang, conocida como la reforma y apertura.

'Él escogió ciudades costeras de China para probarlo. Shenzhen fue una y así fue como comenzó su desarrollo', explica Sergio Leung, guía turístico de la ciudad.

Se crearon entonces cuatro zonas económicas especiales: Shenzhen, Zhuhai, Shantou y Xiamen. Fue el primer paso para experimentar con economías reformistas, esto con el fin de modernizar su territorio. Una política de puertas abiertas.

Antes de la política no tenían nada especial en la ciudad ubicada en el sureste chino, coinciden varios de sus habitantes. 'Hace cuarenta años fue un pueblo de pescadores en el que había solo 100 mil habitantes, ahora hay casi 20 millones', cuenta Leung. Ahora lo tienen todo. O por lo menos eso buscan día a día.

En medio del cantonés, el chino y algo de inglés, una voz con acento latino se abre paso en el lobby de un lujoso hotel. Frente a un piano tan moderno como la Shenzhen de hoy, está el cubano Ariel Pérez Garabito.

Lleva cinco meses en territorio asiático y, aunque no sabe hablar ninguna lengua nativa, cautivó al gerente del hotel con su talento musical a través de videos en las redes sociales. Cada noche él es el centro de atracción de los visitantes con su traje de gala y rodeado de luces

Al ver un turista latino no duda en hablarle. Le recuerda de dónde vino, dice. Su saludo artístico es entonar Despacito, aquél éxito de Luis Fonsi y Daddy Yankee que cruzó fronteras y que incluso ya los chinos se saben. Apoyado en una tableta, en su piano rojo salen las notas del sabor caribeño que disminuye las 13 horas de diferencia horaria entre Colombia y China.