Un enorme mural sigue tomando color y forma en la Vía 40, mientras otros espacios de Barranquilla ya lucen composiciones artísticas en sus paredes, como parte del proceso de Killart. Estas intervenciones no solo están cambiando los espacios, también generan una reflexión sobre la evolución que experimenta el arte urbano en la ciudad y el mundo.
Este último fue el tema del panel que se realizó ayer en una de las jornadas académicas del festival Killart, que destacó el carácter del arte urbano –o street art– como un movimiento pictórico contemporáneo que ha tomado mucha fuerza en los últimos 30 años.
Desde las intervenciones de Bansky, en Europa, hasta las Giocondas callejeras de Revólver, en Barranquilla, es un fenómeno presente en escenarios de todo el mundo y en cada ciudad va adquiriendo matices particulares de cada cultura.
Para el artista francés Cart1, fundador de Killart, el fenómeno fue adquiriendo mayor interés desde la llegada de Bansky, en 2001, cuando el street art obtuvo sus 'títulos nobiliarios'. 'Empieza a interesar al mundo del arte, después al de la economía, de los medios de difusión y de todos aquellos que ven en este movimiento un fabuloso potencial de creación y un modelo económico en diferentes sectores: turismo, moda, música, comunicación, danza, entre otros', explica el promotor del festival que ha contribuido a mejorar la relación de Barranquilla con este tipo de intervenciones.
El cambio en la mirada de la sociedad hacia estás expresiones ha trasformado espacios de ciudades como Barcelona, Berlín o Río de Janeiro; y en el país algunas paredes de Bogotá son muestra de cómo paulatinamente la ciudad se convierte en una galería.
Para el artista barranquillero Shot, quien empezó a experimentar con el grafiti hace 15 años, la ciudad está en un proceso de cambio frente a los imaginarios sobre el arte callejero.
'El estigma de locos, vagos, drogadictos y hasta satánicos es menos frecuente hoy. Antes era impensable pintar de día; se hacía de noche, pero con el riesgo de ser perseguidos por la Policía', relata, y agrega que hoy existe un panorama enfocado hacia la legalidad y la calidad de los artistas y sus obras.
'No es pintar por pintar. Hay una idea de fondo, se gestionan permisos, se hace un trabajo con mejor calidad. Por eso cambia la percepción la gente, que ya no ve el arte urbano como cosa de vándalos, te ven pintando y dicen '¡Qué bonito!'. Eso no era así antes'.
Aunque hay mayor aceptación y un cambio de la mirada de la sociedad hacia los artistas que eligen las paredes del espacio público en lugar de lienzos, el apoyo y la generación de políticas que legitimen las intervenciones sigue siendo un tema en la agenda de estos procesos en Barranquilla. Así lo expresa Dave Beltrán, quien lidera la iniciativa de Lienzo urbano, la fundación que acompaña a la Alianza Francesa en la organización del festival Killart, que cuenta con el apoyo de ALDIA.CO.
'El apoyo gubernamental ha sido fundamental porque antes eran los que tachaban estas manifestaciones, y con su respaldo viene el apoyo de la sociedad. Ese respaldo también es importante para abrir espacios donde los artistas puedan exponer su arte y logremos hacer de la ciudad una galería a cielo abierto', comenta.
Artistas y promotores de estos espacios coinciden en el potencial de los murales para la transformación y la recuperación del espacio público, donde estructuras de concreto como un puente o una pared cualquiera se convierten en puntos de interacción social. Tal es el caso de los murales de Killart en el puente Bolívar, que está entre la avenida Cordialidad y la Murillo.
'Allí los vecinos se han apropiado de las intervenciones ayudando a los artistas y se han ofrecido a realizar una muestra cultural el día de la entrega del mural', relata Beltrán.
Mientras, el movimiento artístico continúa su expansión en el mundo, al tiempo que en las paredes de Barranquilla avanza el proceso de explorar estas formas estéticas distintas a las tradicionales.