Aunque Petro y sus altos enmermelados se esfuercen en presentarse como el gobierno “del cambio”, quien no se deje obnubilar por su retórica agresiva y altisonante, y hueca, concluirá que, en el fondo y en muchos aspectos, ellos son mucho más parecidos que diferentes a los jefes de los gobiernos anteriores.
Para muchos de los que hoy son mayores de 50 años, en cuyos oídos resuenan aún las advertencias y arengas de Luis Carlos Galán contra el narcotráfico, la similitud es impactante. El desenlace en 1989 fue igual. Las diferencias notorias son pocas. La naturaleza ilícita del narcotráfico crea una espiral de corrupción y violencia, que siguió in crescendo durante los años 90.
Lo cierto es que en la “conducción del gobierno” el mérito es el ausente, reemplazado por el activismo y el clientelismo, al punto de ordenarle a la canciller dejar sin requisitos los cargos diplomáticos, pues “hasta el hijo de un campesino puede ser embajador”, denigrando de esa condición dignificante, que nada tiene que ver con la preparación para ocupar un cargo público. Sé de buenos candidatos, orgullosos hijos de campesinos.
Según las investigaciones, hay una tendencia a creer las informaciones, así sean falsas, que circulan en distintas plataformas digitales sobre temas con los cuales tenemos alguna afinidad o nos vemos identificados.
Las condenas serán en contra de las entidades y deberán repetir contra los funcionarios responsables por el daño causado. Para ese momento, Petro ni se acordará del nombre de sus ministros y ejecutores de esta política, ni le interesará. Allá cada uno que contrate su abogado y pierda su patrimonio.