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El monumento a los nueve campesinos masacrados le dio la bienvenida a Leanna Buisman, una joven rubia, de estatura sobresaliente, mejillas rojizas, pelo corto y ojos azules, escogida por el Centro Comité Menonita para colaborar en los procesos de desarrollo social y comunitarios de Pichilín, la primera población arrasada por los paramilitares en el departamento de Sucre.

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Su arribo fue una tarde de mayo de 2016 en medio del consabido calor infernal del Caribe colombiano. Lucía un pantalón corto, blusa y alpargatas. Su equipaje era menudo, proporcional a su cuerpo. Pocos pasos le bastaron para llegar a la rústica vivienda destinada para su alojamiento.

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Pichilín seguía siendo una población rala de 280 habitantes que habían retornado, y con vestigios del conflicto armado en cada patio desde el día 4 de diciembre de 1996, cuando un grupo de 50 paramilitares irrumpió a sangre y fuego para masacrar a pleno sol a nueve campesinos, desplazar forzosamente a sus habitantes y quemar sus ranchos.

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Siete años después varias familias decidieron regresar, entre los retornados estaba Osnáider Salgado Tovar, recién salido de la adolescencia y después de dar muchos tumbos en los suburbios de Sincelejo junto a sus padres y cuatro hermanos.