Está presa desde hace un mes. No ha cometido ningún delito, ni tampoco está en una cárcel a causa de una injusticia. ¿El motivo? Sus deudas la llevaron a tomar la decisión de acabar con su libertad.
No quiere revelar su nombre, ni tampoco que su rostro sea dado a conocer, pero pide que se cuente su historia. Sentada en una silla blanca plástica, vestida con una blusa negra y un pantalón hecho con el mocho de jean azul, inicia su relato reconociendo que ha pensado en diversas formas para quitarse la vida, desesperada por su situación.
De 35 años, la residente en Los Campanos, un barrio de calles destapadas, llamó a EL HERALDO para contar su caso, en medio de lágrimas. 'Quiero desahogarme porque mi situación es precaria. Hago fritos, mi marido vende boletas y lo poco que ganamos es para medio comer', dice avergonzada.
La pareja tiene dos niñas, de 12 y 6 años, que se han visto afectadas y su rendimiento en el colegio no fue el mejor: ambas perdieron el año.
Su error, reconoce, fue 'pagar deudas con deudas', es decir tapando un hueco y abriendo otro, como dicen popularmente, lo que la ha llevado a deberles a 35 cobra diarios que constantemente llegan a su casa a cobrar las cuotas que van desde los 2.000 a los 10.000 pesos.
Como no hay plata para cumplir, en varios ocasiones le han violentado la puerta y las ventanas; también la han maltratado y ofendido de palabra.
'Para muchas personas puede ser un salario mensual, pero para mí, para nosotros que somos pobres, es una fortuna', comenta.
No recuerda el día, calcula que fue hace un mes, en el que, llevada por el desespero, las humillaciones y el acoso, decidió encerrarse en su humilde vivienda con sus hijas. A la puerta de entrada le puso un oxidado candado y en el interior recostó unas sillas viejas, palos y una enorme tranca para impedir la entrada de los cobradiarios. El encierro, de acuerdo con lo que explican los vecinos, ha dado resultados porque nadie ha llegado a acosarla en los últimos días.
'Me fui endeudando para cubrir otras deudas, pero lo poco que conseguía ya no me alcanzaba para pagar las cuotas y las deudas fueron creciendo', relata.
La mujer tenía en su casa una tiendecita, pero el negocio quebró. El mismo desespero que hoy la tiene en su autoencierro la llevó a mal vender lo poco que había en su vivienda, la que también quiere rematar para 'terminar de una vez por toda' con su azarosa situación.
El aislamiento la afecta a ella y a toda su familia: su hija mayor tiene una enfermedad en la columna, pero no ha asistido a las citas médicas porque su madre teme salir, y más acompañadas por la menor de las niñas, porque cree que ‘los hombres de las cartulinas’ les pueden hacer algo.
Sus esperanzas están puestas en la Feria Nacional de Servicio al Ciudadano, organizada por el Departamento Nacional de Planeación, que llega mañana a Sincé y que tendrá algunas ofertas de trabajo. Ella piensa que puede ser seleccionada para alguna labor. Mientras, asegura, seguirá encerrada 'hasta que Dios le permita recobrar su libertad'.