Hay mujeres que no se enamoran de un hombre, sino de la idea de lo que él podría llegar a ser. Lo miran, lo aceptan con defectos, pero con la fe ciega de que el tiempo, el amor o la convivencia lo cambiarán. Que dejará el miedo al compromiso, que madurará, que un día querrá lo mismo. Esa esperanza, que es tan romántica como desgastante, suele convertirse en una trampa emocional disfrazada de amor.
En medio de esa espera, se escriben historias de rupturas. Algunas mediáticas, como las de Dakota Johnson y Chris Martin, o Katy Perry y Orlando Bloom, pero la mayoría anónimas, ocurren en barrios, apartamentos y casas comunes. La narrativa es la misma y se traduce en amar esperando un milagro.
Dakota Johnson, actriz reconocida por su talento y su estética elegante, se enamoró de Chris Martin, el vocalista de Coldplay, cuando ambos venían de caminos distintos. Él, con tres hijos y una vida ya construida en muchas de sus etapa y ella, aún con sueños de maternidad y deseo de construir. Según medios como People y Us Weekly, fue esa diferencia de expectativas lo que marcó la ruptura.
Lo mismo ocurre, en otra dimensión, con Katy Perry y Orlando Bloom. Pareja popular, padres de una niña, intentaron de todo para sostener su historia: viajes, terapia, acuerdos. Pero recientemente, sus representantes confirmaron que la relación entró en un proceso de transformación. “Estamos cambiando nuestra relación”, decía el comunicado.
Historias como estas son comunes en los consultorios de terapia de pareja. Y aunque varían los nombres y escenarios, el patrón es similar. Mujeres y hombres entran a una relación apostando más por el potencial de su pareja que por la realidad de lo que esa persona es hoy, pero, ¿Por qué sucede esto?
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“No es exclusivo de las mujeres, pero en consulta es más frecuente verlas a ellas con esta carga emocional. Hay una idea profundamente romántica de que si amo lo suficiente, si soy paciente, si le muestro un nuevo camino, esa persona va a cambiar, pero eso rara vez ocurre cuando no es una decisión voluntaria del otro”, dijo la Magíster en Psicología Clínica y terapeuta de pareja, Sophie Otto.
La cultura ha “glorificado” el amor como herramienta de transformación, pero lo cierto es que nadie cambia por amor si no tiene la voluntad interna de hacerlo. “Si entramos a una relación de pareja sabiendo que hay diferencias profundas como el deseo de tener hijos, por ejemplo y aun así creemos que con el tiempo eso cambiará, lo que estamos creando es una expectativa gigante que tiene muchas probabilidades de no cumplirse”.
¿Influyen las etapas de vida?
También es cierto que cada persona según la etapa vital en la que se encuentra, tiene un sistema de necesidades que puede o no coincidir con el del otro.
“La vida está marcada por etapas. Cada una plantea retos distintos, y en ese tránsito, nuestras motivaciones también cambian. Y aunque no todos lo viven igual, hay una diferencia significativa entre lo que busca una persona al finalizar la adultez temprana y lo que desea otra que ya transita la adultez media”, explicó la terapeuta de pareja, María del Pilar Zúñiga.
Para la terapeuta, esta situación es un reflejo claro del impacto que tiene el desarrollo personal en las decisiones afectivas. “Dakota, a sus 34 años, se encontraba al final de la adultez temprana, una etapa en la que, por razones biológicas y sociales, muchas mujeres enfrentan la urgencia de decidir si tendrán hijos o no. Ya no basta con estar en pareja o tener una conexión emocional. Aparece la necesidad de trascendencia, de proyecto de vida”.
Una mujer mayor enamorada de un hombre más joven no solo enfrenta los retos propios del amor, sino también una pesada carga social que le dicta que para “merecer” esa relación debe adaptarse, ceder, complacer. De acuerdo con la psicóloga Isabella Monterroza, el problema no está en la diferencia de edad en sí, sino en cómo la cultura, el género y los mandatos sociales moldean la forma en que cada quien se posiciona en la relación.
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“Cuando una mujer es mayor que su pareja, siente con frecuencia que debe compensar esa diferencia. Como si tener más edad fuera una desventaja que ella debe neutralizar, ya sea mostrando más madurez emocional, ofreciendo estabilidad económica o incluso accediendo a tener hijos aunque no lo desee genuinamente”.
El deseo de maternidad, en esos casos, deja de ser una elección libre para convertirse en una moneda de negociación. “El miedo a perder a la pareja más joven puede llevar a algunas mujeres a ceder ante decisiones que no les corresponden desde lo auténtico, sino desde el temor. Ese deseo de complacer termina silenciando su verdadera voz”.
Reflexión desde el amor propio
Esperar que el otro cambie puede parecer un acto de amor. Pero muchas veces, es una forma de negarse a ver la realidad. La Magíster en Psicología Clínica y terapeuta de pareja, Sophie Otto, enfatiza en que los procesos de duelo, aunque necesarios, no dejan de doler.
“Pero también es sinónimo de esperanza porque al irte, te das la oportunidad de encontrar a alguien que sí quiera construir contigo desde el mismo lugar. En ese tránsito, es vital tratarse con compasión, hablarte como le hablarías a una buena amiga, no exigirte estar bien de inmediato. Y recordar siempre que tu valor no depende del amor que recibes, sino del amor que te das”.
Antes de amar a otro, hay que amarse uno mismo. Una frase tan escuchada, que aunque parezca cliché, para la psicóloga Isabella Monterroza, es el centro de todo.
“El amor propio es eje central en la salud emocional y relacional. No es un lujo emocional, es la base desde donde se construyen relaciones sanas, conscientes y libres. El nivel de autoestima influye en a quién elegimos, cómo nos vinculamos y cuánto estamos dispuestas a aguantar y sobre todo si hay carencias afectivas internas, por lo general este tipo de mujeres buscan como rellenar desde afuera”.