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Por estos días, en algunos colegios de Villavicencio, los estudiantes caminan entre bustos de dioses griegos. Ven de cerca a Homero, Ulises, Safo o Alfred Nobel, recorren las calles polvorientas de Macondo y se estremecen al ver el tren de los bananeros. A veces, preguntan cosas insólitas. Otras veces, callan y solo observan. Pero todos, sin falta, se maravillan. Y eso, según María Inés López Yepez, es exactamente el punto.

“Lo que entendí —dice ella con certeza— es que no es que a los estudiantes no les guste la literatura, sino la forma como los docentes les ‘vendemos’ la literatura”. Y esa fue la revelación que, ocho años atrás, la llevó a crear una de las apuestas pedagógicas más fascinantes del país: un museo itinerante de literatura clásica y arte.

María Inés nació en Fundación, Magdalena, hace 56 años. A los 18 se mudó a Barranquilla, donde estudió Licenciatura en Lengua Castellana en la Universidad del Atlántico. Se casó, fue madre de tres hijos y ejerció como docente durante tres décadas en colegios como La Sagrada Familia y el Royal School.

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En 2016, la vida la llevó a Villavicencio, de la mano de un manizaleño que no solo se convirtió en su esposo, sino también en el principal apoyo de este sueño literario.

La idea germinó en el aula. “Hace algunos años yo trabajaba en un colegio y les pedí a mis estudiantes que hicieran una especie de museo, donde exhibieran maquetas recreando corrientes del pensamiento literario”, recuerda. El resultado fue modesto, pero revelador. Los estudiantes, a pesar de las limitaciones manuales, aprendieron y se divirtieron. Ese fue el punto de partida.

Pura dedicación

Desde entonces, en cada receso escolar, en cada fin de semana libre, María Inés se dedicó a fabricar dioramas, esculturas, bustos y maquetas. Usó materiales reciclados, estudió técnicas artesanales, se volvió experta en efectos visuales caseros.

“Para recrear la escena de Ulises contra las sirenas, de La Odisea, vi tutoriales en YouTube para lograr el efecto del mar y para hacer un barco; imprimí en 3D las sirenas, les hice los vestidos a mano; duré dos semanas haciendo esa escena”. El Monte Olimpo le tomó un mes. La maqueta de Macondo, seis. Y lleva siete años de trabajo continuo elaborando cada detalle de esta muestra que parece salida de un cuento.

Hoy, la colección suma más de 50 piezas. Algunas han sido compradas por internet o adquiridas en anticuarios; otras, hechas por encargo, como los bustos de Safo o Hesíodo, que no se consiguen fácilmente en el mercado.

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“Estoy buscando unos personajes importantes de La Ilíada, como Patroclo, Diomedes y Áyax. No existe una sola escultura de ellos”, lamenta, aunque se le nota más el reto que la queja.

Museo itinerante

La experiencia del museo, que ha llamado “El museo va a tu colegio” y que promociona en redes como ‘Mil_cart’, está pensada como un viaje visual y narrativo. El recorrido comienza con los mitos griegos y los cantos épicos, sigue con una galería de los ganadores del Premio Nobel de Literatura —de 1901 a 2020, cada uno con su respectiva bandera— y finaliza con una maqueta monumental de Macondo, de 160 por 80 centímetros, donde los estudiantes pueden ver la casa de los Buendía, la lluvia de flores amarillas y el tren cargado de bananos y cadáveres, como en la Masacre de las Bananeras.

“Es mágico ver la atracción que les genera la maqueta de Macondo; se hipnotizan viendo las figuras de los 120 ganadores de los premios Nobel”, cuenta María Inés. Y añade: “Si los niños pudieran determinar cuánto tiempo van a invertir haciendo el recorrido, se quedarían el doble de lo permitido, para escuchar las epopeyas completas que cada escultura representa”.

Pero este museo no se queda quieto. Literalmente. Cada vez que va a un colegio, se moviliza en un camión con ayudantes, pedestales desarmables, mesas y cajas protegidas con burbujas de aire. El montaje dura tres horas. El desmontaje, lo mismo. “No es pesado, pero sí voluminoso”, explica. Y permanece en cada institución entre dos y tres días, dependiendo del tamaño del colegio.

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Hasta el momento, la muestra ha visitado cinco instituciones educativas en Villavicencio y ha impactado a más de 1.200 estudiantes. El mayor obstáculo ha sido llegar a más colegios. “No ha sido fácil —confiesa—. Cuando un rector o rectora tiene idea de lo impactante que es recibir un museo en su colegio, le está dando una gran oportunidad a sus estudiantes. Sin embargo, muchos directivos no visualizan el universo de aprendizaje que conlleva la experiencia de asistir por una hora al recorrido guiado de un museo de literatura”.

Pese a ello, su visión sigue firme: “Sueño con presentar el museo itinerante de literatura en Fundación y en Barranquilla, ciudades que guardo con mucho afecto en mi corazón”.

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