Ser luz para otras mujeres no siempre es fácil. A veces, la vida Desde hace seis meses el Atlántico vio nacer a un colectivo que trabaja por el empoderamiento de mujeres vulnerables.
Tiene 48 años, es barranquillera y lidera un colectivo que lleva un nombre que no es casualidad: Luciérnagas. Porque así como esos pequeños insectos iluminan la noche, ella y su grupo de mujeres han aprendido a brillar en medio de las sombras. No porque nunca hayan sufrido, sino porque decidieron no quedarse en el dolor.
Su camino hacia el liderazgo de las Luciérnagas fue un proceso de descubrimiento, crecimiento y mucha empatía. “Como mujer resiliente, he vivido momentos de lucha y de dolor, pero también he encontrado la fuerza para superarlos. Cuando comencé a trabajar con mujeres en proyectos sociales, me di cuenta de que mi pasión por ayudar a las mujeres y promover su empoderamiento era más fuerte que nunca”.
Fue junto a Mónica Sanjuanelo que decidió reunir a mujeres de diferentes edades y localidades de Barranquilla. Algunas llegaron con miedos, otras con historias difíciles de cargar. “Pero todas encontraron en el colectivo un lugar seguro, un espacio para compartir y sanar. Nuestro lema es la sororidad”.
Desde hace seis meses este grupo de 119 mujeres aproximadamente se acompañan, que se escuchan sin juicio y caminan juntas, porque como ellas mismas lo reseñan, no hay jerarquías, hay hermanas.
“Queremos ser luz para las que se sienten solas y vulneradas. Ser una fuente de inspiración para que puedan brillar en sus propias vidas”.
Su motivación para liderar este espacio nace de aquel sentimiento de empatía que la hizo capaz de crear un lugar seguro donde las mujeres puedan hablar, sanar, compartir, y sobre todo, encontrarse consigo mismas.
Ella cree que fortaleciendo a las mujeres, también se fortalece la base de la sociedad que es la familia. “Debemos construir columnas firmes que brinden amor y seguridad a nuestros hijos. Mujeres sanas física y emocionalmente son la clave para entregar jóvenes sanos al mundo”.
Volver a brillar
Después de años de una vida activa como psicóloga, la jubilación llegó para Nancy Granados. En ese momento, el calendario, que antes estaba lleno de citas, ahora no tenía ningún evento. Y con la inactividad, también llegaron las dolencias físicas y emocionales. “Dios mío, vinieron enfermedades a mi cuerpo: hipertensión, tristeza profunda, una depresión que no quería reconocer”.
Fue en un club de tejedoras donde conoció a Mónica Sanjuanelo, una de las impulsoras del colectivo. “Ella me habló del grupo, me presentó a Luz Daris Blanco e hicimos clic de inmediato. Fue como si Dios me pusiera justo lo que necesitaba: un propósito”.
Desde entonces, volvió a estar activa, no por dinero, sino por la satisfacción de sentirse útil, de crear, de compartir. Luciérnagas se convirtió en su nueva familia, un espacio de crecimiento donde no importa la edad ni la profesión. “Aquí hay mujeres de todas las clases sociales, todas con un mismo anhelo que es ayudar, sanar y seguir adelante”.
Gracias al apoyo de la Alcaldía de Barranquilla, el colectivo ha recibido talleres de salud mental, espacios para capacitarse y reconectarse con la vida. Lo que comenzó con 20 mujeres, hoy suma más de 120. Cada una con una historia, cada una con una luz distinta, pero todas con el mismo brillo interior.
“Lo que más me impacta es ver cómo muchas mujeres, como yo, quieren vivir una vida feliz, superar sus dolores, y encontrar bienestar emocional, físico y mental. Esa es nuestra meta”.
Además, cada espacio es un momento de aprendizaje en el que experimentan distintas disciplinas como bisutería, marroquinería, pastelería y modistería. “Estamos haciendo unos talleres sociales educativos de salud mental con la Secretaría de Salud en todas las localidades de la ciudad. Ahora estamos trabajando en el surroccidente”, dijo la directora, Luz Daris Blanco.