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El “2, 3, 4...” marca el paso para los bailarines, una señal que ya hace algún tiempo Nancy, Joseph, Dayán y Breyner seguían muy juiciosos evitando cualquier enredo. Ya no siguen órdenes, ahora son ellos los que las imparten, los que están pendientes de la ligereza de los brazos, de la cadencia de los pies. Mejor dicho, de poner a bailar hasta al más arrítmico.

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Ninguno de los cuatro se conoce, pero una pasión los une: la danza, de la que ya se graduaron con honores; sin embargo, eso de mantener el cuerpo quieto no es lo de ellos, de ahí que hubieran sentido el afán de no quedarse con eso que por años dedicaron con ensayos de nunca acabar.

La ‘Fantasía’ de Joseph

Johnny Olivares /EL HERALDO

Joseph tenía el baile de inquilino. Sí, a su familia se le dio hace unos 20 años por crear una comparsa de fanfarria que en el contexto caribeño carnavalero se refiere a los grupos que utilizan papayeras para amenizar sus bailes. Aquí el desorden fiestero imperaba.

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Pero había un enorme problema que para cualquier carnavalero de estos es el acabose: no lo dejaban ser parte de la agrupación y es que, por increíble que suene, pese a que su familia era la organizadora, en Fantasía Real solo se permitían adultos y él era apenas un pelaíto. Sus hermanos, mayores que él, le cerraron la puerta, pero no por mucho.

“Recuerdo que mis padres esa vez les dijeron (a mis hermanos): Bueno, si Joseph no baila, no hay comparsa para nadie. Entonces, a partir de ahí empecé a bailar con la comparsa”, rememora mientras que una sonrisa reafirma la vez que fue el vencedor en una contienda por mover los pies. Y es que cómo no permitirle si era, tal vez, pese a su corta edad, uno de los más experimentados habiendo pasado por cumbiambas y otros grupos folclóricos.

Sin saberlo, Fantasía Real le daba la bienvenida a quien diez años más tarde se convertiría en su director. Ese fue el antes y el después de la comparsa. Nada volvió a ser lo mismo: la fanfarria quedó a un lado y los ritmos que ahora marcan los pasos son más de tinte moderno, más de poder amazónico, como la temática de este 2025.

Johnny Olivares /EL HERALDO

Pero para llegar hasta allá Joseph se sirvió de la exigencia, misma que se le nota en su rostro de expresiones rígidas cuando dicta alguna indicación, que se desmoronan una vez se indaga por su vida. El silencio impera mientras le habla a su batallón de bailarines en fila casi que perfectamente alineados. La rigurosidad no dura mucho, se rompe si viene una moto o un carro, todos se hacen a las aceras. Y es que ensayan en plena calle 13, en Galapa.

“Aun si eres talentoso y no eres disciplinado, pues no te vas a permitir realmente lograr ningún objetivo”, dice al tiempo que recuerda que esa habilidad los ha llevado a echarse encima un Congo de Oro y coronarse como campeones en tres de cuatro categorías en las que participaron en el pasado Festival Nacional del Mapalé en Buenavista, Córdoba, solo por mencionar algunos. La lista es larga.

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Con Joseph nos encontramos una tarde cuando el sol ya no arreciaba tanto. Con su sobriedad impartía directrices encaramado en un muro de la 13. Nuestra presencia no lo inmutaba, hubo que romper la solemnidad y fue allí cuando se le vio sonreír y hasta mostró el boceto de lo que sería el vestido de este año. Está ansioso, emocionado, no puede disimular.

Johnny Olivares /EL HERALDO

Breyner, el paso ‘champetúo’

Orlando Amador/EL HERALDO

Pero si existe alguien que contrasta con el galapero es Breyner Cantillo Berdugo, un barranquillero de sonrisa eterna para el que, al igual que Joseph, su familia fue determinante para encontrarse con la danza. Fue su papá el de la salsa brava en casa. Si sonaba una de Richie Ray y Bobby Cruz o del Gran Combo de Puerto Rico el primero que saltaba a escena era él.

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Han pasado los años y ahora con 32 se da cuenta de que esos patrones –crudos de técnica en ese entonces– sirvieron para poner a bailar champeta a la monarquía. Por sus manos o, mejor dicho, por sus pies han pasado varias reinas que buscan poner a punto el pase del ‘caballito’ o del ‘golpeteo’: Melissa Cure (2024), Isabella Chams (2020) y Marcela García (2016).

Orlando Amador

Es que “carnaval sin champeta, no es carnaval”, pero también explica que la inclusión de este género es algo relativamente reciente por aquello de la relación con lo popular. “Algunas vienen de pronto de unas academias donde el estilo es mucho más técnico, pero la champeta como las hace volver más aquí a nivel bajito, se enfocan en que enseñemos a bailar”, comenta con aquella vigorosidad de quien no se cansa, aunque advierte que la sopa de costilla que recién se tomó tal vez lo dejó “cansado”, por eso manifiesta que quien le tome las fotos se cerciore de que no se note el “agotamiento”.

Lo que sí lo agotan son las largas jornadas de ensayo con un género que exige fuerza en sus movimientos, misma que le notó la directora de la comparsa ‘Cuanta vaina’, que le dijo tener “el palito” para bailar más profesionalmente. “Yo no le prestaba atención; sin embargo, cuando llegué (a las clases) ¡Dios mío!, sí me di cuenta que era mi pasión”, sostiene al tiempo que la implacable brisa del Malecón del Río intenta frustradamente menguar su afro.

Nancy y los pies que hablan

Johnny Olivares /EL HERALDO

Si a Breyner le sobran palabras al hablar, Nancy Zamora las tiene contadas, pero a decir verdad mucho no las necesita porque su parlante es el movimiento extravagante de su pelo, son las milimétricas posiciones de sus dedos, son la sincronía de sus pies y brazos. No necesita decir mucho más.

Eso de hablar con pies y manos viene con ella desde por allá en el 2003 cuando inició en la casi quincuagenaria Escuela Palma Africana de la maestra Carmen Meléndez, de la que no fue solo su aprendiz, sino también su referente en esto de enseñar, no sin antes haberse recorrido medio mundo representando a Colombia en cuanto festival de danza se le atravesara.

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“Desde el momento que ingresé a la escuela me enamoré, me enamoré del folclor”, aruña en los anaqueles del recuerdo sobre un romance que está lejos de acabar y es que ya tiene encima una Licenciatura en Educación Artística y para rematar fundó una escuela que lleva su nombre como queriéndose inmortalizar. 22 años de aquel primer encuentro con Palma Africana apenas parecieran acabar de pasar. Su energía está casi que intacta. ¿Cansancio? No, no conoce de ese mal.

Johnny Olivares /EL HERALDO

Escarbar en su vida cuesta, es un tanto tímida, responde lo necesario, ni más ni menos. Lo advierte, pero insistimos en preguntar una y otra vez. Las cámaras y los micrófonos la empequeñecen. Nos damos por vencidos y el grupo de millo suelta una puya, Nancy se transforma, el arrebato la posee.

Sus niñas, que no superan los 18 años, ven en ella lo que esta barranquillera de sonrisa amplia y de profunda conexión africana vio una vez en Carmen. Hoy es lo que, ni en sus más carnavaleros anhelos, se imaginaba ser.

Dayán no lo deja morir

Orlando Amador/EL HERALDO

Quien sí se lo imaginaba era Dayán Hurtado, que de niño impávido apreciaba la sincronía de las comparsas y danzas que imponían el paso en la Vía 40. Las vallas que separaban a danzantes y público desaparecían apenas se adentraba en la hipnosis que producía el ritmo cadencioso de congos, cumbiambas, marimondas y garabatos.

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“Decidí entrar a la comparsa Rumberos del Hipódromo. Me gustó tanto que definitivamente me quedé. Encontré muchas cosas positivas que le aportaron a mi vida y decidí quedarme allí”, asegura echando para atrás el cassette unos 22 años.

Orlando Amador/EL HERALDO

En más de dos décadas lo único que ha sabido hacer mejor es ‘tirar pase’, se inclina por lo tradicional más que por la fantasía, que aunque no le disgusta su misión es otra: mantener los signos vitales de las danzas patrimoniales del Carnaval de Barranquilla en perfecta funcionalidad.

Buscando ese objetivo, en 2015 fundó la Corporación Artístico Cultural Musas, en el municipio de Soledad. En 2016 se entregaron por primera vez al escenario o las calles para ser más precisos, aunque un poco accidentado aquel debut pues llegaron al Ceremonial de la Muerte ya cuando el desfile había arrancado. Trágico en ese momento, ahora solo un chiste más.

“A muchos de los carnavaleros actualmente y muchos de los jóvenes, adolescentes, puede que no les guste bailar, no les parezca lo más atractivo (las danzas patrimoniales), pero nosotros buscamos es que a esa nueva generación se le enseñe nuestra base”, dice con un ahínco de quien se convence de que las negritas puloy seguirán coqueteando, las marimondas no pararán con sus volteretas o que la sincronía continuará reinando en la danza del gusano.

“Entonces, por eso creo en la danza y en general en todas las artes y la cultura como elementos transformadores de nuestras vidas”, y sí que lo son, si no que lo digan los 84 años que suman en experiencia estos cuatro personajes, estos “ventrílocuos” del baile que prestan no su voz, sino su experticia para darle vida no a un rígido muñeco, sino a todo un pelotón que crea con lenguaje universal historia y tradición.

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Con Joselito, Nancy, Joseph, Dayán y Breyner también enterrarán ensayos agotadores, días que parecieran acabar antes, el ajetreo con las costureras, las trasnochadas, el cansancio de los desfiles, la insolación, el ardor que deja el roce del vestuario con la piel, el bullicio y la exigencia del “¡bailen, bailen!”. El Miércoles de Ceniza, a comenzar de nuevo. Los próximos cuatro días más frenéticos del año no dan espera.

Orlando Amador