En la primigenia del Carnaval de Barranquilla existió un personaje llamado José Enrique De la Rosa. Autoproclamado ‘El pobre’, este fervoroso amante de las carnestolendas es el primer antecedente de un Rey Momo en las fiestas. Era 1881.
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Pero así como la figura de la reina aparecía y desaparecía con el devenir de la vida, su contraparte masculina corrió con menos suerte y se fue perdiendo en la historia. Y aunque a principios de los años 90 se empezó a pensar en retomarla nuevamente no fue hasta 1995 cuando reaparece en todo su esplendor.
La cíclica historia determinó que aquel que iba a ocupar ese cargo sería otro Enrique pero de apellido Salcedo. Sí, el genio detrás de los disfraces fue elegido Rey Momo, el primero que se erigía en casi 70 años, tradición que se había perdido en 1918 cuando empezaron a nombrar Reina del Carnaval.
“Eso fue una propuesta que hicieron los señores Bernardo Guzmán, León Caridi, Óscar Fernández, Roberto De Castro. Pensando en buscar la forma de quitarle personal a la Batalla de Flores que ya estaba muy grande y el otro afán era llevarle a otros barrios un desfile. También estaba presente la reina, Katia Nule. Ya hacía rato venía gestándose y se dio en ese momento. Eso se hizo en la Sociedad de Mejoras Públicas”, recuerda Martha Molina Chávez, hija de Enrique y quien ha continuado el legado de los disfraces que ya tienen 83 años de tradición.
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A sus 70 años recuerda vívidamente, aún con lágrimas en los ojos lo que fue todo ese momento para su familia. “En ese momento no hubo postulación. Eso fue directo. Le dijeron “tú eres”. Es más todas las personas presentes estuvieron de acuerdo. Él llegó a la casa a la medianoche con su alboroto, nos despertó a todos y nos dice: ‘Soy el Rey Momo del Carnaval de Barranquilla’. Esa noche no dormimos”.
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Rey con todas las letras
Apenas aceptó esa responsabilidad empezó a mandar, fue un rey con todas las letras. El primero. Acompañando a Katia Nule hicieron que la fiesta fuese inimaginable. No había grandes presupuestos ni lujos. El traje se hizo en casa, extendido en una cama, con telas cortadas y cosidas con dedicación.
La corona fue elaborada por el propio Enrique con la ayuda de su nieto. “Él trabajaba con estructuras pesadas, pero tenía que hacer algo más delicado”, cuenta Martha. El cetro, rústico como él quería, lo hizo con un vaso de plástico y cajitas de pólvora decoradas.
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El día del desfile, ver a su padre sobre la carroza fue un momento imborrable. “No lo cambio por nada”, dice con firmeza. “Desde arriba me preguntaba ‘¿Cómo me veo?’, y yo luchando con los policías para no dejar que me sacaran de su lado”.
Enrique Salcedo no solo fue el primer Rey Momo; fue un líder del carnaval durante todo el año. “Él vivía para el carnaval, los 365 días del año”, dice su hija. “Si no estaba organizando algo, estaba ayudando a los grupos, solucionando problemas, liderando”.
Cuando Enrique Salcedo murió en 2000, dejó a su hija con una responsabilidad clara: “No dejes caer esto”. Desde entonces, Martha ha continuado el legado de su padre, organizando, gestionando y, sobre todo, manteniéndose detrás del disfraz.
Fue tanto el amor por el Carnaval de Enrique Salcedo que la capa que siempre lució la llevó con él en su tumba.
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A sus 70 años, sigue en la lucha, defendiendo la tradición y asegurándose de que el carnaval siga vivo. “Mi papá era un líder, lo que decía se hacía”, recuerda. “Y yo aquí sigo, detrás del disfraz”.
El rey del milenio
Desde que tiene memoria, Robinson Albor, quien es el rey del mileno, ha estado ligado al Carnaval de Barranquilla. No podía ser de otra manera: su madre, modista de profesión, lo disfrazaba desde que tenía apenas uno o dos años. “Me disfrazaba de tomate, de cualquier vaina”, recuerda entre risas. Su infancia transcurrió en la calle Paraíso con carrera 32, cerca del Mercado de Chiquinquirá, por donde pasaban los disfraces rumbo a la Batalla de Flores.
“Yo me acuerdo que mi mamá me disfrazó de tigre y cuando venían bajando los toritos, uno de esos que iba disfrazado de burro que salía en la comparsa me correteó. El burro corretió al tigre. Yo me escondí asustado”, cuenta Albor.
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El amor por la fiesta no se quedó solo en los desfiles. Ya adolescente, en 1968, Robinson y un grupo de amigos organizaron un baile en su barrio con el nombre de Secuestro a Cuba, un título irreverente inspirado en el primer avión colombiano desviado a la isla. La primera edición fue con una simple radiola, pero al año siguiente decidieron invitar orquestas en vivo.
“Nos reunimos diez amigos y dijimos: ‘Vamos a seguir haciendo el baile’. Y lo hicimos en la casita de mi mamá. Yo siempre le metía el cuento, cada invitado tenía que llevar una anécdota de Carnaval. Yo era el que animaba el evento”.
En 1984, Robinson abrió un local que se convertiría en un ícono: el Rancho Currambero, en la carrera 24. “Ahí había un restaurantico y yo lo cogí y lo convertí en un sitio de rumba y tradición. Era un sitio pa’ la gente carnavalera de verdad”.
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Por el Rancho Currambero pasaron grandes músicos y carnavaleros, y su fama llegó hasta las esferas oficiales del Carnaval. Fue allí donde, años después, nació la idea de postular a Robinson Albor como Rey Momo.
La primera vez fue para que lo hiciera en 1999, pero dijo que no, que solo lo haría cuando tuviera 50 años. Así que el año elegido fue el milenio.
Durante su reinado, recorrió la ciudad con su alegría característica, promoviendo la tradición y la cultura popular. “Yo no paraba. Desde que empezó el precarnaval hasta el último día, estaba en todas partes”.
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Un Momo con vocación
Álvaro Bustillo jamás olvidará el día en que recibió la noticia. Estaba en su casa almorzando cuando sonó el teléfono: “Usted es el Momo 2014″. No supo si reír, gritar o llorar. Solo recuerda que la emoción lo sobrepasó. “No sé dónde quedó la comida”, dice entre risas.
No era una sorpresa que su nombre estuviera en la lista. Durante décadas, Bustillo había sido un apasionado del carnaval, vinculado a la fiesta en distintos frentes. Pero el camino para convertirse en Rey Momo no fue fácil.
Lo intentó en 2010, 2011 y 2012, pero problemas de salud lo obligaron a hacer una pausa. Entonces pensó que su momento nunca llegaría. Pero llegó. Y cuando lo hizo, él tenía claro que su reinado no sería solo desfilar y bailar.
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Antes de ser Rey, Bustillo ya era un líder. Desde su lugar en la docencia, entendió que el carnaval no era solo una celebración, sino una herramienta para educar. En el colegio donde trabajaba, no se limitó a organizar comparsas y disfraces. Para él, la fiesta debía ser parte del aprendizaje.
“Muchos creen que el carnaval es solo lúdico, pero no. Nosotros lo abordamos desde la danza, la música, el teatro y el conocimiento”, explica.
Por ello, convirtió el Marco Fidel Suárez, ese del que llega el momento de la pensión este año, en un museo vivo del carnaval, donde los niños pueden conocer la historia de la fiesta de primera mano.
De igual forma, si algo le preocupaba a Bustillo era ver cómo la comedia, una de las expresiones más antiguas del Carnaval, estaba quedando relegada.
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“La comedia es el alma del carnaval, pero casi se pierde. Nos daban cinco minutos en tarima y la gente no alcanzaba a entender nada”, lamenta.
Hoy, 15 años después, sigue liderando el Encuentro de Comedias, con las que lleva la cultura, el arte, del Carnaval a las cinco localidades de Barranquilla.
Para Bustillo, el carnaval nunca fue solo un espectáculo. Siempre lo vio como una oportunidad para cambiar vidas.
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Hoy, aunque ya no lleva la banda de Rey Momo, su legado sigue vivo en las comparsas, en el Encuentro de Comedias, en el museo del carnaval del colegio Marco Fidel Suárez, en los libros que ayudó a gestar y en cada estudiante que pasó por sus aulas.