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—Tía, me falta la corona. Así no puedo salir. Disculpen señores periodistas, pero yo soy la reina de El Cañonazo y necesito mi corona, dice Ivanna Altamar irradiando aquella dulzura de la infancia, pero con una autoridad que deja claro quién sería la protagonista de la tarde.

La aureola apareció rápidamente. Una reina nunca espera. Y mientras su tía, Nuribeth Altamar, le ponía la joya en la cabeza, sus expresiones de felicidad no se hicieron esperar: “No lo puedo creer, en serio, no lo puedo creer. Me encanta esta corona”.

La joya que lleva Ivanna en su cabeza no es de oro ni de plata. No tiene piedras preciosas ni un diseño elaborado por un orfebre reconocido. Se puede conseguir en cualquier miscelánea, pero para ella, esa corona lo es todo.

Porque: Sí, es la soberana. La más joven de una cumbiamba que lleva más de 70 años llenando de folclor las calles de Barranquilla. Su legado no es cosa menor, Ivanna representa la quinta generación de esta agrupación folclórica que, desde Barrio Abajo, es todo un estandarte de la tradición.

Eran las 3:20 de la tarde del 15 de enero, y la fuerte brisa de ese miércoles hacía de las suyas, tumbando desde la cabeza, contra el suelo de lozas blancas y lizas, el sombrero de Rafael Altamar, director de la cumbiamba y rey Momo 2010.

Sentado en la terraza de la casa ubicada en la carrera 51 No.48-17, marcada con un cartel que reza “abran paso que ahí viene El Cañonazo”, Don Rafael mira orgulloso a su nieta, quien, con sus labios rojos y vestida de cumbiambera, le pregunta:

—Abuelo, ¿cómo me veo? Mírame los labios rojos.

Todo en ella era rojo pasión, igual que el desbordante sentimiento que le pone a esta danza. Su pollera a cuadros, zapatillas, un tocado y un collar de grandes perlas carmesí reflejaban el color identitario de la cumbiamba.

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El ritmo de los tambores no tardó en aparecer. En un abrir y cerrar de ojos, la pequeña Ivanna ya estaba moviendo sus caderas al son de la flauta de millo, con una gracia que le viene del nacimiento. Ella lleva la cumbia en la sangre.

¿Y cómo no? Nació el viernes 9 de febrero de 2018, antes del Sábado de Carnaval de aquel año. Apenas salió de la barriga de su madre, pedía polleras y tambores, lista para convertirse en una cumbiambera.

—Yo siento que bailo cumbia desde antes de nacer. En realidad desde los 2 años, pero ustedes me entienden.

Orlando Amador

Un encanto en la Vía 40

Las pilas que lleva por dentro, parecen no desgastarse con nada. Daba vueltas de un lado a otro, pero siempre dispuesta a las sugerencias. Aunque sabe que es una niña, ver a su tía maquillada la inspira a querer verse como ella.

—Tía, yo también quiero brillitos en los ojos.

Nuribeth le responde: “Estás muy pequeña todavía. Cuando estés grande, te podrás maquillar todo lo que quieras”.

A pesar de la respuesta, la pequeña no se da por vencida. Se contenta con un sutil rubor que ilumina sus mejillas y empieza a posar a la cámara como si fuera la mismísima reina del Carnaval, con esa gracia natural y vivacidad que solo las niñas caribeñas poseen.

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Tiene el corazón lleno de emoción y los pies listos para marcar los pasos de cumbia. Esta barranquillera, con un alma tan grande que se podría escapar de su pequeño cuerpo por lo poros, cuenta los días para que llegue el Sábado de Carnaval. En su mente ya se imagina en el Cumbiódromo de la Vía 40, donde la pista de cemento se transforma en el escenario más soñado para ella.

Y es que tampoco ve la hora de repartir besos a diestra y siniestra. Porque sabe que apenas la vean con ese desparpajo natural, el brillo en los ojos y la picardía que se le escapa, todos quedarán encantados.

—Me gusta mucho tirar besos. Cuando estaba pequeña no sabía, pero ahora lo hago espectacular, dice entre risas, mientras la cámara de video capta este tierno momento.

Orlando Amador

Amor genuino

Si algo podría sacarle a uno mismo una sonrisa más grande que el ancho del río Magdalena, es ver a Ivanna bailando cumbia. Esta pequeña, con un talento bien heredado de su familia, disfruta mover los pies al son de tambores y gaitas, pero lo que más le llena el corazón es hacerlo junto a su abuelo.

Don Rafael está sentado, y aunque no toma ninguna bebida, al verlo tan relajado y sin preocupaciones, no pudo quedarse callada.

—¡Ajo, abuelo! ¿Sigues tomándote la limonada? Ven a baila’.

Orlando Amador

Aunque al principio el abuelo se hace el difícil, Ivanna sabe cómo convencerlo. Se planta frente a él, hace como si tuviera una vela en la mano y comienza a espantarlo con ese gesto típico de la cumbia, mientras le marca el ritmo con los pies.

¡Y vaya que sabe los pasos! Junta los pies con precisión, mueve las caderas con gracia y no olvida esa mirada altiva que toda cumbiambera debe tener.

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Solo risas se escuchan en la terraza, Don Rafael no dejaba de maravillarse cada vez que Ivanna hablaba.

—¡Tengo una belleza de 6 años! ¿Y qué te digo? Es una cosa de locos verla bailar. Ella ya tiene el ritmo y la gracia en las venas. El Domingo de Carnaval la voy a llevar a la Vía 40 para que el mundo la vea, y vamos a tomarnos fotos con las cinco generaciones de la cumbiamba. Esa niña es la nueva sensación de la fiesta.

Con aquella dulzura, Ivanna mira a su abuelo. Las cámaras no le intimidan y con ternura expresa:

—Yo a mi abuelo lo quiero mucho porque por él bailo cumbia. Es mi mejor parejo y siempre lo será. Cuando sea reina, voy a bailar de todo. Voy a bailar mapalé, pero luego cumbia porque la cumbia es mi trabajo.

¿Trabajar a los seis años? Aquí no es delito, es tradición. Y es que Ivanna no solo zapatea con el alma, sino que tiene un carisma que roba aplausos y corazones. Habla, se mueve y brilla como si hubiese nacido en pleno Cumbiódromo, con el compás de los tambores marcándole el destino.

Orlando Amador

—Esa pelaita es un espectáculo. Tiene la gracia y el ritmo de los Altamar. Cuando dice que la cumbia es su trabajo, uno no puede más que aplaudirle, porque lo dice con toda la seriedad del mundo”, cuenta su abuelo.

“Inquieta, pero responsable”

Cuando Ivanna corretea inquieta por la terraza de la casa, hay una sola persona capaz de calmarla: su tía, Nuribeth. Con paciencia y cariño, ella sabe cómo enfocar la energía de esta pequeña reina.

—Ivanna llegó a nuestra cumbiamba en Carnaval. Mi mamá siempre decía que esa niña estaba hecha para esto, y cómo no, si nació un febrero, el mes del Carnaval. No podía salir de otra manera, cumbiambera tenía que ser.

Si algo tiene Ivanna Altamar, además de su innegable gracia para la cumbia, es una imaginación que no se le queda atrás. A su corta edad, esta barranquillera ya habla como una grande y sueña como toda una soberana, porque en su mente, ser reina del Carnaval de los Niños no es un deseo, ¡es un hecho!

Ella vive con el corazón en el Carnaval, pero también con los pies bien puestos en sus estudios. Está próxima a cursar segundo grado en la Escuela Normal Superior La Hacienda y ama todas las materias.

“Mira, yo estudio ciencias, matemáticas, lenguaje… la yuca, la papa”. La ocurrencia de Ivanna desata risas mientras ella, seria y segura, pasa de las materias del colegio a hablar de su comida favorita.

—¡Las pastas! ¡Y ya me dio antojo! Quiero pastas, por favor.

Orlando Amador

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Durante sus vacaciones, cuenta que “estudia todos los días, hasta la noche”. Pero no todo es libros y números. También lee Harry Potter, La Bella y la Bestia, y, cuando se cansa de estudiar, ¿Adivinen? Sí, se dedica a bailar.

“Pongo música y hago ejercicio. Soy muy deportista ¿sabes? En Educación Física bailo y me muevo como loca”.

Pero si algo la emociona más que las Matemáticas o el ejercicio es la idea de ser la reina del Carnaval de los Niños. No necesita que se lo pregunten dos veces:

—Ya soy reina, lo sé. Soy la soberana del Carnaval de los Niños.

Y cuando le mencionan la posibilidad de tener su propia carroza en la Vía 40, sus ojos se agrandan como un par de lunas llenas y una sonrisa traviesa se le dibuja de punta a punta en el rostro. Cierra los párpados por un instante y se imagina allí, en lo alto, con el viento moviendo su pollera y el sol dorando su piel canela. Se ve lanzando besos al público, meneando el cuerpo con el ritmo sabroso de la cumbia.

—¡Sí! Me muero. Sería solo yo, nadie más, porque soy la reina de la fiesta. Algún día estaré allí.

—¡Abuelo, ven, no te sientes!

Con su vocecita mandona, le agarra las manos y lo jala con cariño. El abuelo la mira con ternura, quizá recordando sus propios tiempos de cumbiamba, y deja que su nieta lo guíe. Pero ya no hay tiempo para más charla, porque los tambores han hablado, y cuando suenan así, con ese llamado ancestral, no hay quien los ignore.

Así que, ¡despejen la pista! ¡Abran paso, que ahí viene Ivanna y El Cañonazo! Porque mientras existan niñas como ella, con un alma de fiesta y el corazón latiendo al ritmo de la cumbia, el Carnaval de Barranquilla nunca morirá.

Orlando Amador