No era un día cualquiera. El martes 3 de diciembre marcaba para Erlinda Cañate la culminación de una de sus grandes metas: graduarse de bachiller a sus 72 años. Ese momento le demostraba que los sueños no entienden de edades ni de obstáculos, solo esperan el momento en que se decide hacerlos realidad.
Hacia las 9:00 a.m. de ese día, el auditorio de la Universidad de la Costa CUC, esperaba por ella y por un grupo de 34 mujeres que recibiría este título con un aura especial. Pues, los tradicionales birretes fueron cambiados por turbantes rosados, ya que cada una de ellas, además de tener un sueño en común, eran diagnosticadas con cáncer de mama.
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Desde el barrio Bosque, Erlinda emprendió el camino. Era imposible no recordar ese pasado en el que la exigencia de una sociedad patriarcal no le permitió finalizar sus estudios.
“En mi época, las mujeres no podían estudiar. Teníamos que trabajar y ser de hogar. Nunca me dieron la oportunidad de aprender y me da mucha nostalgia mirar atrás y darme cuenta ahora de que sí lo logré”.
La vida no ha sido fácil para ella. Hace 14 años, recibió el infortunado diagnóstico, desde entonces, su existencia ha sido un constante ir y venir entre tratamientos de quimioterapia, cirugías y días de incertidumbre.
“He conocido una linda familia en este proceso. Conocí al doctor Luis, quien me habló de la fundación y me dio la oportunidad de estudiar. Me dijo: ‘Vamos a hacer un curso para que puedas graduarte’. Y así empezó todo”.
De esta forma, se convirtió en la mujer más longeva en recibir el diploma aquel emocionante día en el que solo tuvo palabras de agradecimiento.
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“Ahora me siento joven, ahora me valgo por mí misma y me quiero. Mi vida ha sido como un avance constante. Te enfermas hoy, pero mañana te levantas. Siempre para adelante, dándole gracias a Dios”, expresó.
Nunca es tarde
La vida, con sus altibajos, siempre da la oportunidad de buscar nuevas metas y, sobre todo, de demostrar que el tiempo jamás será un límite para aquellos que creen en sí mismos.
Amalfi Comas lo tiene claro. A sus 53 años pudo por fin gritarle al mundo que era bachiller, ese es el sueño que atesoró durante décadas, pero que siempre pensó en cumplir. “Mi anhelo siempre fue graduarme. Incluso soñaba con ser periodista y aunque parece increíble que a estas alturas lo haya hecho, estoy muy orgullosa de lo que logré”.
En 2017, Amalfi recibió la noticia que daría un giro a su vida: un cáncer de mama HER2 positivo. “Me hicieron cuatro quimios rojas al inicio, luego otras 12. Perdí mi cabello después de la segunda quimio, y más tarde me hicieron una mastectomía”.
El tratamiento parecía interminable. Tras la cirugía, tuvo que someterse a otras 16 quimioterapias y luego a un tratamiento oral con anastrozol. Sin embargo, en 2022, el cáncer reapareció con una metástasis en la clavícula, lo que implicó nuevas rondas de quimioterapia y cirugías.
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“Me han hecho 64 quimioterapias desde 2017. Este año me suspendieron el tratamiento por problemas en el corazón, pero para la gloria de Dios me he recuperado un poco. Ahora en diciembre volveré al tratamiento. El cáncer está encapsulado, y confío en que Dios tiene el control”, relató.
A pesar de las limitaciones, nunca dejó de soñar con graduarse y, algún día, convertirse en periodista, pues, creyó haber nacido en la época equivocada.
“En mi tiempo, estudiar era muy difícil. La situación económica de mi familia no era la mejor, y había muchas necesidades. Hoy las cosas han cambiado, ahora hay fundaciones como Abrazos del Alma, que nos brindan oportunidades. Nos dan apoyo psicológico, algo que realmente necesitamos cuando enfrentamos un diagnóstico como este”, expresó.
La fiesta de la vida
Inés Cuadro ha cerrado un capítulo lleno de retos y la confirmación de que la vida siempre vale la pena. Con 64 años, sigue batallando con una enfermedad que para ella no es sinónimo de muerte.
“Mi diagnóstico llegó hace siete años. Fue un proceso duro, me hicieron una mastectomía radical y desde entonces he seguido mis controles. No puedo decir que estoy curada, pero cada día que Dios me regala es un motivo de alegría”.
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A diferencia de muchas personas que temen mencionar la palabra “cáncer”, esta graduanda lo ve como un regalo. “Para mí, no es una maldita enfermedad; yo la llamo una bendita enfermedad. Gracias a ella he conocido personas maravillosas y me he dado cuenta de lo valiente que soy”.
Oriunda de Galerazamba, Bolívar, y criada en un entorno campesino, su camino hacia la educación no fue fácil. “Perdí a mi mamá siendo niña y mi papá no podía sostenerme para estudiar. Llegué hasta octavo grado, pero tuve que dejarlo porque no había recursos para pagar la alimentación en Sabanlarga, donde estaba estudiando”.
Aunque la vida la llevó por otros caminos y se convirtió en auxiliar de enfermería, su anhelo siempre fue terminar el bachillerato. Ese sueño encontró un impulso inesperado en la Fundación Abrazos del Alma.
“El señor Luis, que dirige la fundación, es lo mejor que me ha pasado en la vida después de mis hijos. Llegar aquí fue maravilloso, porque pude completar mi sueño”, expresa con gratitud.
El camino no estuvo exento de retos. Entre las materias más difíciles menciona el inglés, que enfrentó con esfuerzo, y las quimioterapias, que fueron pesadas. Sin embargo, nunca dejó que el desánimo la venciera. “Ahora que estamos aquí, todas decimos que valió la pena”.