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Alain Delon, cuya muerte a los 88 años fue anunciada este domingo, fue una de las grandes estrellas del cine mundial de las últimas décadas, y más allá de sus 90 películas, sus admiradores recordarán siempre la mirada, intensa o fría, de sus ojos azules.

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Con una carrera repartida durante más de seis décadas que le llevó a trabajar con grandes directores franceses (René Clement, Jean-Pierre Melville, Louis Malle o Jacques Deray) e italianos (Luchino Visconti o Michelangelo Antonioni), Delon marcó toda una época del cine.

Pero Delon fue mucho más que eso, su mirada y su indiscutible belleza le convirtieron en un símbolo, no solo del cine francés, sino de una nueva masculinidad más moderna que trascendió del cine a la vida diaria.

Hijo del dueño de un cine y de una ayudante de farmacia, Delon nació en 1935 en Sceaux (afueras de París) y se enamoró del séptimo arte cuando, siendo niño, su padre le llevaba a ver películas.

Abandonado por su padre cuando tenía cuatro años, fue tutelado por una familia de acogida hasta que su madre se casó con un boyante charcutero, lo que forjó un carácter rebelde.

Varias expulsiones de escuelas y una huida de casa a los 14 años con la intención de llegar a Chicago, aunque no fue más allá de Burdeos, marcaron una adolescencia turbulenta que prosiguió cuando a los 17 fue enrolado en la Marina durante la guerra de Indochina y protagonizó arrestos y sanciones.

De vuelta a la vida civil, prosiguió su rumbo indómito, instalado en tugurios del entonces turbulento barrio de Pigalle. Fue cargador en el mercado de Les Halles, camarero, delincuente de poca monta y hasta gigoló.