Compartir:

Un buen caso suficientemente documentado de la posible magnitud del problema que enfrentamos es la epidemia de infección intrauterina por el virus de la rubeola antes de que se desarrollara la vacuna contra esta enfermedad. Entre 1964 y 1965 se presentaron 12,5 millones de casos de rubéola en los Estados Unidos; aproximadamente 20.000 niños nacieron con síndrome de rubeola congénita (síndrome de Gregg), de esos niños, 11.000 quedaron sordos y 3500 quedaron ciegos; 1800 de ellos sufrieron algún grado de retraso mental. Se calcula que la epidemia produjo 2100 muertes neonatal y más de 11.000 abortos entre los espontáneos y los provocados.

En ese momento la respuesta ante esta situación fue el uso masivo de fondos para la investigación y el desarrollo de una vacuna cuya primera versión fue licenciada apenas en 1969; veinte años después de haber identificado el problema, y cinco después de la gran epidemia.

Aprendiendo de esta experiencia, América Latina debe preocuparse ahora por crear capacidades en investigación en centros privados (universidades e institutos) y públicos que le permitan rápidamente concentrarse en la solución de estos nuevos problemas relevantes de salud pública que parecen tener muchas causas, entre las cuales parecen primar la intromisión de los seres humanos en nuevas áreas geográficas, el cambio climático y los procesos evolutivos normales que se suceden de manera continua.

La incertidumbre ante preguntas no resueltas y la complejidad de la situación que vivimos estimula la imaginación de algunos que se aventuran incluso a lanzar hipótesis acerca de conspiraciones de la industria farmacéuticas, como posible causante de estas epidemias. Otros hablan de teorías apocalípticas para explicar lo hasta ahora inexplicable por falta de conocimiento científico de peso. Ante esto solo basta con hacer notar que en investigación, la ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia y que solo será cuestión de tiempo y esfuerzo encontrar las respuestas a los cuestionamientos aún vigentes para estas infecciones.

Si el comportamiento de la infección congénita por el virus del zika se comporta como se ha comportado en Brasil y sus manifestaciones clínicas son tan diversas como son las de la rubeola congénita, podemos suponer que una presión económica adicional se colocará a los sistemas de salud de nuestros países por la gran discapacidad que estas condiciones perinatales pueden llegar a generar.

Esperaríamos un gran impacto en los años de vida ajustados por calidad (AVAC ) y en los años de vida ajustados por discapacidad (AVAD) de nuestra población, incrementando inevitablemente los costos directos e indirectos de la atención en salud de estos pacientes.