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Antes de que lo diagnosticaran, hace nueve años, Nol María Tovar sabía que su segundo hijo no estaba bien de salud. Él nunca había estado desganado y 'poniendo pereque', mucho menos anémico, porque 'el pelao siempre había comido bien'. Por eso decidió llevarlo al médico y después de muchas diligencias y citas se enteró de que tenía leucemia.

Ellos son de Galera, Sucre. Se trasladaron hasta Cartagena para la primera parte del tratamiento que hoy Luis Carlos Zúñiga Tovar, de 14 años, cree ya es cosa del pasado.

Luis Carlos es callado, pero si le preguntan lo que más le gusta hacer, responderá desde el cuarto de juegos de la Fundación Andrea que es escuchar música, jugar fútbol y hablar en Facebook con sus amigos, mientras de fondo suena Bonita de J Balvin con Jowell y Randy.

Tiene tres hermanos, uno por parte de mamá y dos por el lado de su papá; es hincha de Nacional, aunque no conozca aún el Atanasio Girardot, y ya se ha tomado fotos con jugadores de Junior. Confiesa que le gusta mucho Barranquilla, la ciudad que lo adoptó para la segunda parte de su tratamiento.

Su enfermedad ha sido tratada en dos etapas. La primera fue en Cartagena, donde debió asumir el reto de seis quimioterapias. Un partido difícil del que logró salir victorioso como buen goleador que es. Esos, quizá, fueron seis de sus mejores goles.

Pero eso apenas fue el partido de ida, como si de una final de torneo se tratara. El segundo llegó de la manera menos esperada.

'Estaba montando bicicleta y mi hermano de 10 años me dijo que lo llevara en barra. Yo no sabía hacerlo y él insistió, al final me caí, me golpeé y raspé el brazo', recuerda.

Ese pequeño accidente provocó una recaída en su enfermedad. Esta vez tendría que anotar 15 goles para superar las quimioterapias, siete más que los que convirtió en su último torneo de verdad, donde 'el goleador consiguió más de 30, porque era mayor y lo hicieron pasar de menor edad', dice airado y olvidando 'la pena' que le da hablar. Esa que sabe que se debe ir cuando conquiste a una niña porque 'ahí uno sí se tiene que avispar'.

El tratamiento se desarrolló en Barranquilla, donde Luis Carlos y su mamá acudieron a la Fundación Andrea, en la que brindan hospedaje, alimentación y transporte mientras transcurren esos amargos días de quimioterapia, la parte que él considera 'más fea' de su enfermedad por los fuertes mareos.

El proceso no causó el efecto esperado por los especialistas, por lo que fue necesario el trasplante de médula, después de 12 radioterapias. La mamá de Luis Carlos resultó compatible y tras un largo camino jurídico consiguieron el procedimiento.

'Lo que más me dolió fue el catéter. Luego, si me movía, todo me dolía, pero si me quedaba quieto, no. Ya todo pasó', dice. Su mamá lo interrumpe en ese momento y confiesa que por esos días ella estaba más nerviosa que él.

Ya han pasado varios meses. Luis Carlos puede salir de su habitación y estar en el computador jugando en línea o escuchando las canciones de Papo Man, aunque aún le falte ir a cine y regresar al colegio para luego estudiar Ingeniería de Sistemas, 'trabajar muy lejos creando computadores' y ayudar a su mamá.