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A la profesora Luz Nelly Camacho la Covid-19 le arrebató el placer de ver y enseñar a sus alumnos en un salón de clases. En los últimos dos meses ha estado enferma, poco duerme y la incertidumbre se ha convertido en su peor enemiga.

Desde que suspendieron las clases presenciales a nivel nacional, ha tenido que pasar por múltiples desafíos porque las clases virtuales no son posibles por la falta de conectividad y computadores en los hogares de la vereda Pasoelmedio de María La Baja, un municipio que queda a dos horas de Cartagena, la capital del turismo colombiano.

La comunidad que habita en aquella vereda olvidada y maltratada por el conflicto armado vive en condiciones de extrema pobreza y desigualdad. No tienen agua potable, las casas son de bahareque y el trabajo informal es el pan de cada día porque, aunque son campesinos, no tienen dónde sembrar. El cultivo de palma africana les quitó las tierras que utilizaban para cosechar su alimento y productos para comercializar.

En la vereda hay una sola escuela, la Institución Educativa Santa Fe de Icotea, tiene tres salones y un restaurante, pero no son suficientes para los 42 alumnos. Los más grandes toman clase debajo de los árboles, la sala de informática son cuatro paredes sin techo ni computadores, los espacios recreativos no existen y la biblioteca apenas alberga unos pocos libros –Cien años de Soledad, de Gabriel García Márquez, y María, de Jorge Isaacs, entre esos–.

Esta comunidad ha tenido que pasar retos enormes, pero a pesar de las dificultades que trae enseñar en medio de la guerra y la Covid-19 Luz Nelly nunca la ha abandonado. Aquí una historia de una vereda que no sale en el mapa de Colombia, pero que, irónicamente, es la historia de muchas zonas del país.

Luz Nelly Camacho, sentada bajo la sombra de un rancho de palma de aceite, recuerda con los ojos vidriosos las heridas que dejó el conflicto en la memoria de sus alumnos, y también en la suya.

Eran años de ausencia de Estado, eran años de guerra, eran años de desplazamiento forzado, aunque después de la firma de los Acuerdos de Paz esos tiempos no han cambiado mucho.

Un error del destino, una decisión al azar, un consejo de un conocido llevó a la profesora Luz Nelly, quien había nacido y vivido toda su vida en San Onofre, Sucre, a la vereda Santa Cruz de Mula, del Carmen de Bolívar, una tierra que inmortalizó en una canción el compositor Lucho Bermúdez.

A su llegada encontró 28 estudiantes en lugar de 138 como le habían dicho, era una comunidad olvidada en el mapa y azotada entre paramilitares y guerrillas.

Luz Nelly, una mujer de piel morena y alta, con los labios gruesos como su persistencia, con las perlas brillantes como su inteligencia, con la voz fuerte como su carácter, con el cuerpo definido como su valentía, cuenta que constantemente, casi siempre, entraban hombres armados a esconderse en el salón de clases de la vereda y lo único que podía decirles era que se fueran porque los niños podían salir lastimados.

Cuando se le habla de esos momentos respira hondo como si le faltara el aire, las venas de las manos se le brotan, las piernas se le ponen tensas como si de nuevo se preparara para salir corriendo de los horrores de la guerra: 'Estaba dando clase cuando de repente nos bombardearon, todos corríamos y los niños, en su inocencia, se quitaban las camisas y las agitaban al viento'. Lo hacían para pedir clemencia a los señores que los atacaban desde el cielo, compasión y misericordia, pero eso no pasó.

No solo tuvieron que huir ese día, sino tres veces más, porque los enfrentamientos entre los actores armados presentes en el territorio los perseguían a cada paso, en cada lugar. 'La seño', como le dicen sus alumnos, tuvo que salir corriendo con la comunidad por la guerra que nada deja y nada siente.

Luz Nelly empieza a caminar bajo el calor infernal de la zona, mirando la tierra árida con ilusión, como si el sueño de su vida se hubiera cumplido. Después de que la guerra como un terremoto arrasó con todo en su camino. Entre carreteras angostas, destapadas y polvorientas llegó a la vereda Pasoelmedio en María La Baja.

Allí conoció al director de la Corporación Desarrollo Solidario, quien tras escuchar tan triste y penosa historia compró unas tierras en aquel lugar para que la comunidad se asentara. En medio de alegría y nostalgia, Luz Nelly llevó a aquella comunidad que había sido desplazada y entre todos reconstruyeron las viviendas de barro y también la escuela.

En los inicios, las clases eran debajo de ranchos de palma de aceite, no podía llover porque los niños se mojaban, no podía atender a todos los jóvenes porque no había pupitres suficientes, no podía mantener la atención por las altas temperaturas.

El desespero, la angustia y el amor la llevaron a golpear y dormir en las puertas de la Gobernación, de la Alcaldía, para pedir una escuela para los niños.

Bajo un sol que opaca las fuerzas del cuerpo, Luz Nelly observa con sosiego las tres aulas y restaurante escolar que logró conseguir, después de noches y días en estas instituciones, para los niños, niñas y jóvenes de la comunidad. Solo hacía falta una ayuda, un apoyo, un acompañamiento para que la población empezara de nuevo a avanzar por sí sola: 'Ayuda en Acción es nuestra guía, es nuestra mamá, nos apoya con huertas demostrativas para los campesinos y con proyectos de género para enseñar a las mujeres sobre sus derechos, pero, sobre todo, con un apoyo educativo para los niños, niñas, jóvenes y padres de familia de la escuela a través de un programa de convivencia y paz'.