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En algunas oportunidades resulta mucho mejor ser oposición que gobierno. Cuando se está en la oposición solo hay que definir un blanco al que dispararle toda la artillería y esperar que reaccione para seguir bombardeándole munición gruesa. A eso se dedicó Gustavo Petro durante buena parte de su vida, menos cuando fue alcalde de Bogotá.

Pero a partir del próximo 7 de agosto, Petro dejará de ser oposición para volver a ser gobierno. Es decir, tendrá que someterse de nuevo al escrutinio público y al control político por parte de sus opositores. Así funciona la democracia. En lugar de exigir cuentas, Petro tendrá que rendirlas.

Ahora como presidente el asunto será mucho más complejo para Petro, pues gobernar va mucho más allá de ser el 'doctor no', al que nada de lo que hacía el gobernante de turno le gustaba. Desde el momento de su elección el pasado 19 de junio, cualquier decisión que tome Petro tiene trascendencia, desde la conformación de su gabinete ministerial hasta el 'guiño' para las mesas directivas del Congreso de la República, pasando por la escogencia del nuevo Contralor General. A ese ejercicio de filigrana está dedicado Petro en estos días mientras llega el momento de instalarse en la Casa de Nariño.

Pero la construcción de la 'gobernabilidad' le está saliendo muy costoso a Petro, no solo entre sus rivales y contradictores –que cada día son menos, por cierto– sino entre sus propios amigos y allegados al Pacto Histórico, alianza política que le permitió derrotar a Rodolfo Hernández en segunda vuelta, el pasado 19 de junio.