Compartir:

Por Jairo Agudelo Taborda*

Parece científicamente cierto que la naturaleza no le dejó en herencia a la humanidad la paz sino la guerra. Así lo explica la perspectiva de Hobbes aplicada a las Ciencias sociales. La condición natural del homo sapiens y de las primigenias formas de organización humana es la anarquía, la competición y la guerra. Siendo así, la historia de la humanidad está marcada por el intento de transición desde su condición natural anárquica de subsistencia y supervivencia hacia un modo civil de existencia y, sobre todo, de coexistencia.

Dicho de otro modo, la humanidad ha venido transitando del caos hacia el orden, de la anarquía al gobierno (tribal, estatal, supraestatal) y, ahora, hacia el buen gobierno. O sea que la humanidad (y su casa mundo) ha venido, lenta pero progresivamente, des-anarquizándose.

Ahora bien, si la guerra es lo natural (bestial) y la paz lo artificial (civil), la humanidad se ha movido en el dilema entre obedecer a la naturaleza instintiva (guerra) o transformarla artificialmente (paz).

En la primera alternativa reinan las armas (plomacia) y la confrontación por el instinto de supervivencia. En la segunda se aprende el arte de negociar (diplomacia). Se usan, desde la antigüedad los mensajes enviados a pie (marathón), o a caballo, de un imperio a otro (o de una polis a otra) para negociar la paz a través de papiros (diplomas).

Muchos autores (filósofos, juristas, politólogos e internacionalistas) afirman que siendo la guerra un fenómeno natural, no se puede evitar sino, al máximo, gobernarla o limitarla, y esto se logra sólo a través de la fuerza imponiendo un equilibrio de poder. La guerra mayor neutraliza la guerra menor.

Es decir, que la paz se impone con las armas. Es la natural e instintiva plomacia hegemónica (pax romana y paz americana). Para ellos la guerra es una forma de ejercer la política e imponer el poder y el orden.

Otros muchos autores afirman que precisamente porque la naturaleza no dotó a la humanidad de la paz, ésta hay que construirla mediante pactos de no agresión y de cooperación; mediante normas e instituciones voluntariamente aceptadas. Es decir, mediante la diplomacia. Para ellos la guerra es la ausencia y/o el fracaso de la política que nos reduce a perdurar en la peligrosa condición natural.

En colombia

Estas dos posiciones valen, en extrema síntesis, tanto para el escenario internacional como para el nacional. Por ejemplo, para Colombia.

Colombia en más de medio siglo ha buscado prevalentemente una solución militar a su conflicto. Es decir, ha aplicado la teoría de que la paz se impone con la fuerza (plomacia). Sólo esporádicamente ha intentado una solución política (diplomacia) al conflicto.

Además, las pocas veces en las que se ha aplicado el dialogo, los colombianos (gobernantes y gobernados) han sido avaros con ella en tiempo y en dinero como lo señala María Elvira Samper en su artículo Generosos con la guerra, tacaños con la paz (El Espectador, 03.11.2013. P. 46). Si sumamos el tiempo dedicado a los diálogos de paz en Colombia, no llegarían a totalizar 10 de los más de 50 años del conflicto. Significa que los colombianos (gobernantes y gobernados) hemos dedicado por lo menos 40 años a la plomacia como método para resolver nuestros conflictos.

Impuestos

Los colombianos (gobernantes y gobernados) hemos aceptado los llamados impuestos de guerra pero hemos sido poco favorables a pagar impuestos de paz.

El primer impuesto de paz que hay que aceptar en un acuerdo como el logrado entre Gobierno y Farc, es el de la justicia transicional. Luego vienen las reformas emanadas del acuerdo cuya implementación tendrá que ser también negociada ya no con las armas sino con las ideas, las estrategias, los planes, los programas, los proyectos.

Todo esto demandará recursos nacionales e internacionales. Hoy todos los que han monopolizado el poder tienen algo que ceder para la paz posible por la vía diplomática. Por ejemplo, todos los que han monopolizado el uso de la tierra; el uso del capital; el abuso del trabajo.

Si la inequidad, la pobreza, la injusticia y la guerra son hijas de la anarquía y de la plomacia; la paz, la justicia y la equidad serán hijas de la diplomacia.

Por lo anterior, al inicio de la campaña electoral para el 2018, no podemos olvidar que la puesta en juego en Colombia sigue siendo la paz justa. Así nos lo recuerdan los más de 7.000 ex-guerrilleros que entregaron sus armas y que están en pleno proceso de reincorporación a la vida civil y social.

Así nos lo dijeron los más de 200 de ellos en la reciente visita que recientemente hicimos los delegados de la Universidad del Norte al Campamento de Pondores en La Guajira: dejamos las armas y pasamos a la lucha con la palabra.

Así me lo escribió 'El Chiqui' en un papelito que me entregó: caminante de paz, toma mi mano que sólo unidos podremos vivir la vida, porque eres un camino y una estrella para construir la paz con justicia social.

El momento

A los colombianos (gobernantes y gobernados) nos llegó la hora de apropiarnos del Contrato social que nos une (Constitución 1991) cuyo Artículo 22 define la paz como derecho y deber de obligatorio cumplimiento.

Apropiarnos del Acuerdo de paz logrado.

Los colombianos que tenemos responsabilidad en la educación, en la información y en la comunicación tenemos un compromiso impostergable: difundir una cultura favorable a la paz posible. Ser mensajeros de paz desde nuestras diversas convicciones políticas, éticas y/o religiosas.

No le podemos fallar a los que decidieron confiar en las instituciones democráticas. No impongamos ahora la venenosa plomacia verbal. Es la hora de la diplomacia.

* Docente de Relaciones internacionales, Universidad del Norte.