Si la intensidad tiene nombre propio, debe llamarse Armando Alberto Benedetti Villaneda. Por eso no es de extrañar que el curtido político barranquillero, escogido por el presidente Gustavo Petro para representar los intereses de Colombia en Venezuela, haya sellado en tiempo récord la reconciliación entre dos naciones distanciadas desde hace siete años. Sin pausa y, sobre todo, con prisa, el excongresista, uno de los alfiles más notables del actual Gobierno, se anota en su haber la reapertura de la frontera, prevista para este lunes 26 de septiembre. Detrás de tan significativo paso, la sagacidad de Benedetti que apostó más por su talante estratégico y ejecutivo que por el diplomático. Ese apenas lo está adquiriendo.
Quizás, por eso, reconoce que se metió en una 'vaca loca' que encaja totalmente con su perfil de asumir retos. Dos días antes de las elecciones, Benedetti había sido ungido por Petro para el cargo, pero asegura que 'ni le prestó atención'. Cuando se dio cuenta de que el asunto era en serio, se descubrió preparando un viaje a Caracas con su familia, para entrevistarse con el presidente Nicolás Maduro. Un encuentro cordial, a juzgar por lo que trascendió de él, aunque el embajador ejerce como tal al reservarse el contenido de la conversación: 'Fue animada por la forma en la que él fue conmigo, pero siempre pusimos los límites que hay que poner e hicimos las preguntas que había que hacer'.
Indudablemente, Benedetti, consciente de sus descomunales retos, aprende rápido. Entre otras cosas, a amarrarse la lengua. La prudencia o la discreción que nunca han sido parte del equipaje del exparlamentario, empezaron a ser elementos centrales de su nueva valija, la diplomática. Algo que él mismo ya echa en falta. 'A veces es un poco incómodo, porque no puedo opinar como senador, me toca tener mucho cuidado como embajador. He trabajado más que nunca en mi vida, pero estoy contento y me divierto trabajando', señala. Bueno embajador, trabajemos entonces.