'A mí me vendieron'. Con voz firme recuerda sus inicios en aquel mundo frívolo al que fue obligada a pertenecer tras escapar de los maltratos que sufría en su hogar. Tatiana Herrera conoció a los 16 años la crueldad de la calle, hoy tiene 56.
Entre falsas promesas fue vendida como si de un producto se tratara. 'Conocí a unos señores, me dijeron que me iban a llevar a una parte donde iba a estar bien, tendría mi casa, mi carro y lo que quisiera. Me convencieron rápido y me fui con ellos. Luego de un tiempo me empezaron a prostituir', detalla la mujer.
Tatiana es trabajadora sexual hace 40 años, y su madre se desentendió de ella a muy corta edad. Era difícil para aquella adolescente entender que debía salir adelante sola y por sus propios medios para sobrevivir. 'Es un trabajo normal para mí, pero a nosotras no nos tratan como seres humanos, sino que nos juzgan por lo que hacemos, creen que uno no vale nada… las personas nos miran por debajo del hombro, así lo sentimos', manifiesta.
Tatiana, madre de tres hijas, expresa su preocupación por las generaciones venideras. Dice que 'nunca le aconsejaría a una joven meterse en esto'. 'A mis hijas las amo mucho y son lo más sagrado para mí, no me gustaría que ellas pasaran por lo que yo viví. En ese mundo se conoce hasta la droga, es como un vacío'.
Reitera que la prostitución es su única fuente de ingresos y no tiene seguridad social. 'Mi trabajo es en la calle, tengo mis clientes, no estoy en un bar ni en ningún lugar fijo, nunca recibiré pensión'.
La pandemia trajo escasez para ellas y la mayoría de trabajadoras sexuales en Barranquilla y el país. 'No había clientes, sin embargo la Alcaldía colaboró con mercados para algunas compañeras que también la pasaron muy mal durante la cuarentena', expresa.
Tatiana también ha participado en brigadas de salud y en algunas de las entregas de ayudas comunitarias.
Una 'transición' de vida
Sentía que estaba en el cuerpo que no le correspondía, su inclinación sexual parecía un delito. 'La vida cambia cuando eres un niño, pero por dentro no te sientes así', cuenta Shadya Ariza.
Dice que siempre tuvo vocación de lideresa y el trabajo social, por eso en su juventud emprendió un viaje a Bogotá y desde ese momento se comenzó a consolidar su vida laboral.
'Empecé a trabajar en oficinas y sitios donde la heteronormatividad era constante. No podía esconderme más, cansada de eso decidí ser trans'.
Para Shadya, en ese entonces vestirse en las noches de mujer era su 'momento feliz'. Luego entendió que esa debía ser su cotidianidad, su decisión.
Poco le importó lo que dijeran en su trabajo o en las calles. Estaba dispuesta a cambiar sus documentos y comenzar con los tratamientos para estar en el cuerpo de mujer que tanto anheló. 'En Colombia y muchas de sus empresas los derechos de las mujeres transexuales son vulnerados, así que empecé a trabajar mediante las prácticas sexuales pagas, videochats y otros medios porque tenía que sobrevivir', relata.
Shadya es lideresa de las mujeres trans trabajadoras sexuales. Afirma que desde hace mucho tiempo se ha aliado a fundaciones y entidades que apoyan a la comunidad LGBT. En el camino se instruyó, hizo diplomados y estudió acerca del género y la diversidad.
La barranquillera asegura que desde su trabajo con ENTerritorio (Empresa Nacional Promotora del Desarrollo Territorial) ha estado realizando pruebas de VIH a mujeres trans que ejercen el trabajo sexual.
'Dentro de este marco, me he dado cuenta que una de las grandes falencias que tiene este grupo, es que la mayoría no tiene seguridad social, muchas ni cédula tienen porque la han perdido y no la han sacado de nuevo ya que ante el Estado no son reconocidas como mujeres trans', apunta.
La lideresa destaca que 'el Estado no las protege. 'Se ha luchado en pro de ciertas cosas, pero queda mucha tela por cortar'. Agrega que el acceso a la salud, por ejemplo, es uno de los derechos que más se les vulnera, y 'en la atención prioritaria por enfermedades sexuales no se brinda el servicio oportuno'.