Rabia, consternación y repudio es lo que en la mayoría de los samarios ha causado la lapidación (muerte a piedras) de un vigilante, el pasado domingo en la urbanización El Parque, al sur oriente de Santa Marta, a manos de un grupo de jóvenes presuntamente drogados. Dos de estos fueron capturados.
La falta de solidaridad de la multitud que observó el atroz crimen incrementó el sentimiento de rechazo de la sociedad, por tanto las voces de quienes desaprobaron la manera como mataron a Rafael Alejandro Viloria Franco, de 42 años, no se hicieron esperar.
Tampoco tardaron en escucharse las expresiones de censura ante la falta de solidaridad de los testigos que prefirieron grabar, tomar fotografías, azuzar y mirar con complicidad, antes que evitar que la víctima muriera en estado de indefensión.
'Quizás pudo más el miedo que el coraje para salvarle la vida al vigilante', dijo el psicólogo Álvaro Solano, quien explicó que esta conducta requiere de un análisis de fondo.
'¿Porqué esa misma gente que observó el hecho no se levantó contra los criminales?', preguntó.
Sin antecedentes
El suceso ha marcado nefastamente a Santa Marta, pues en la ciudad no hay anttecedentes recientes de un homicidio similar, es decir, en la calle de un barrio popular, a plena luz del día y con público.
'En otra dimensiones este suceso nos hizo recordar el circo romano', anotó el científico e historiador Armando Lacera Rúa, quien dijo no tener en su memoria un hecho similar o parecido.
El profesor de sociología, Darío Navarro, afirmó que la sevicia con la que actuaron los homicidas y la frialdad que mostraron quienes estaban como observadores 'es el significado de una sociedad enferma, de una humanidad que pareciera estar ávida de sangre'.
'Fue un asesinato cometido con satisfacción y complacencia', añadió.
El abogado Eduardo Correa, quien ha dedicado tiempo de su profesión al estudio de los Derechos Humanos, se preguntó: '¿Qué clase de sociedad tenemos?'; y acto seguido cuestionó la falta de solidaridad y la forma cómo en algunos casos las redes sociales estimulan el masoquismo.
'¡Por Dios!... ¿en qué clase de seres humanos nos hemos convertido?', anotó el jurista.