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Un estallido estremece a los presentes. Una especie de señal para dar rienda suelta a la confusión. No es una de las escenas que a diario se vive en la Franja de Gaza. Es el prólogo de la batalla campal que durante dos noches se vivió en plena calle 72, una de las principales arterias viales de Barranquilla.

Se viven minutos convulsionados. La tensión está en su punto máximo. El carácter pacífico del plantón ha pasado a un segundo plano y en el ambiente se puede percibir un cierto olor a reto, a provocación.  

Son las 4:30 p. m. del miércoles. Todos hablan a la vez. Hay gritos. Al suelo caen las vallas que conforman el primer anillo de seguridad del estadio Romelio Martínez. Al mismo tiempo, piedras y botellas empiezan a surcar los aires y logran confundirse con los pájaros que a gran velocidad baten sus alas para huir del caos. 

Algunos manifestantes tratan de avanzar hacia el escenario deportivo. Empero, su intención es contenida por otros jóvenes, que recalcaban el sereno sentir de la manifestación. En segundos, un cordón humano se forma para evitar la intervención de la fuerza pública. 

'La violencia no es la respuesta. Vamos a seguir protestando en paz', dice uno de los jóvenes que trata de evitar –a toda costa– una confrontación con los agentes de la Policía.

A unos cuantos metros, los uniformados están atentos a cualquier anomalía. También se puede divisar mientras una brigada médica atiende a un joven tras resultar herido por uno de los elementos lanzados al aire. 

Es un terreno hostil. Ambos bandos vigilan sigilosamente el actuar del contrario. De un momento a otro, las notas del Himno de Colombia empiezan a retumbar con fuerza. Es la muestra de apoyo que una mujer de la tercera edad brinda a los uniformados desde el balcón de su vivienda, enclavada en un punto estratégico de este ‘campo de guerra’.