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Cuando la crisis estalla y hay más sombras que luces, más dudas que certezas, más violencia que paz, ellos se quedan en la línea de fuego donde nadie más quiere estar: la frontera entre las armas traumáticas, los bolillazos, los insultos a diestra y siniestra, la lluvia de piedras, la explosión de una molotov y las solicitudes de auxilio. Entre golpes, lágrimas y sangre. Mejor dicho, en Troya.

Su labor es ingrata, pero se mantienen al pie del cañón, en muchas ocasiones un espacio de intervención tan pequeño como peligroso. Y ahí, entre la ínfima distancia que queda del choque directo entre los integrantes del Escuadrón Antidisturbios (Esmad) y los manifestantes, entre las pecheras termoplásticas y un estudiante caído, ellos se cuelan como pueden, como un invitado al que todos desprecian, y en medio de los males al que decidieron arriesgarse, se dedican angustiosamente a velar por los derechos que están a nada de violarse.

La escena queda retratada y explicada de manera reposada en un texto, pero evidentemente es una lucha desigual en el terreno. Es David contra Goliat. Es un grupo de muchachos jóvenes con chalecos azules que vigilan que el entrenamiento táctico, el poderoso arsenal y la evidente fuerza física de los uniformados no vulnere los derechos fundamentales de los manifestantes. Es una voz que vela por el estado social de derecho cuando no la cumplen dos de las tres partes involucradas.

Lo anterior es explicado por los defensores de los Derechos Humanos de Barranquilla, una Red Distrital de estudiantes universitarios, principalmente de la educación pública, que trabaja conjuntamente con la Defensoría del Pueblo y la Personería para que las manifestaciones en la ciudad se desarrollen respetando la vida de los que en ella participan, como dictan los antiguos convenios de Ginebra.

Según algunas fuentes consultadas, en Barranquilla hay al menos 30 organizaciones que velan por los derechos humanos.