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En una noche de octubre de 2020, cuando las manecillas de reloj estaban cerca de marcar las 11 p. m., Yeranilsa Márquez Maza vio tan cerca la muerte, un apocalipsis propiciado por el violento ingreso de cinco hombres, con hacha en mano, a su hogar, que decidió que no valía la pena seguir aferrada a un amor corrosivo que, además de estar generándole heridas en el cuerpo y rostro que tenían que ser constantemente ocultadas por gruesas capas de maquillaje, le estaba pudriendo el alma, sometiéndole a la tristeza y rompiéndole en mil pedazos el autoestima. Se sentía insuficiente, poco capaz e inferior al resto de las mujeres.

Esa trágica noche su expareja sentimental y sus ‘compinches’ reventaron todo lo que encontraron a su paso, la bañaron con gasolina y, posteriormente, intentaron incinerarla viva, objetivo que por poco cumplen de no ser porque –según su relato– el fósforo de uno de sus agresores no encendió porque tenía las manos húmedas por el hidrocarburo. Luego salió corriendo despavorida por las calles de Siete de Abril, el barrio donde residía. El mismo barrio que conocía de antemano sus desgracias, pero que solo actuaba como un espectador ajeno a lo que sucedía constantemente.

Yeranilsa esquivó a la muerte, su historia saltó a la palestra nacional, la conocieron la mayoría de autoridades locales y nacionales y, por algunos días, todos los ojos estuvieron puestos en su drama, un profundo sufrimiento que se extendió más allá de las noticias de seguimientos de prensa.

Cuando el interés por su historia pasó a segundo plano, la mujer, quien tiene hoy 31 años, se dio cuenta de que había pasado los últimos nueve meses de su vida recostada en lo más oscuro de un pozo sin aparente salida. Todos la conocieron por haber escapado de una muerte muy segura, pero nadie sabía que ella arrastraba unos pesados grilletes que le impedían caminar hacia un mejor y próspero puerto. Nadie la había ayudado antes. Se sentía perdida.

Tras derramar incontables lágrimas, hizo autocrítica y decidió que era hora de buscar ayuda. Se cansó de las golpizas, de la soledad y de los insultos denigrantes que escupía constantemente su pareja y destruían los cimientos de su dignidad. Se cansó de que, sin el más mínimo sonrojo y respeto, le hayan sido infiel en muchas ocasiones porque 'ella no era lo suficientemente buena'. Se aburrió de su estilo de vida, de las deudas y de las amenazas con explosivos a casa de sus padres de no mantener la relación. Decidió entonces pensar en ella. En levantar cabeza y volver a intentarlo, pero esta vez lejos de todo lo que la había consumido.