Tarde o temprano, Lucía y Carlos tenían que ir a un juzgado de paz y reconciliación. Ya todo estaba listo: había una disputa, unas exigencias y una cuestión que zanjar. El asunto era que ninguno de los dos quería conciliar, o al menos eso manifestaron cuando llegaron ante los dos jueces que los atendieron esa mañana de viernes.
De por medio no solo estaba su vida matrimonial, totalmente hecha pedazos desde hace tres años, cuando oficializaron su separación. Eso sí, separados pero no divorciados, según le explicaron a los mediadores al sentarse frente a ellos en el despacho. Entre los dos hay más que una relación amorosa que ya no existe, sino también una propiedad y tres vehículos, las cuatro razones por las que se citaron frente a la justicia de paz.
Lucía, trabajadora de una empresa pequeña, es una mujer rubia y menuda. Esa mañana acudió con su atuendo de la oficina, quizás escapándose de las garras de su jefe para atender aquel asunto de suma importancia. Detrás de la mirada seria que le mostró en los primeros minutos a su exmarido y a los mediadores, pronto se asomó una sonrisa e incluso se le escucharon risas, lo que uno de los jueces tuvo que controlar.
Carlos, por su parte, es taxista, un tipo risueño y relajado, también en la misma tónica cómica de su expareja. Su piel morena y su cabello oscuro combinaban muy bien con el morado de su camisa manga larga, una de las piezas de su atuendo formal para la audiencia. Como Lucía, estaba listo para el primer round del combate, pero la disputa no sería para nada sencilla.
Trece años atrás, cuando Lucía apenas empezaba a trabajar y pagaba el arriendo de una pequeña vivienda para ella y sus dos hijos pequeños, conoció a un joven entusiasta como Carlos, que manejaba un taxi alquilado, por lo que tenía que pagar una tarifa diaria. Ambos, jóvenes y sumidos en las mieles del amor, decidieron que él se mudara a la vivienda en donde residía ella, cuando el propietario anterior decidió cedérsela a Lucía y a sus hijos.
Así las cosas, con un nuevo integrante en la familia, los nuevos esposos decidieron demoler la casa en donde había residido Lucía en los últimos años. O más bien, a Carlos se le ocurrió remodelarla, con un préstamo de dos millones de pesos y la mano de obra de él mismo. Luego de varios meses de construcción, adecuación e instalación de los muebles, la antigua casa pequeña del barrio 20 de julio se convirtió en una de dos niveles, lista para alojar a la incipiente familia.
Los dos hijos de Lucía, no reconocidos por su progenitor, recibieron el apellido de Carlos, quien dichoso les cedió su estampa. Meses después, un cuarto integrante llegaría a la familia, hijo con todas las de la ley del patriarca, que junto a su esposa empezó a edificar su nueva vida.
Felices, dichosos, y aún sumidos en la luna de miel de la relación, Carlos decidió solicitar un crédito al banco, con el fin de comprar tres taxis Hyundai Atos 2007. Los zapaticos, el furor en el transporte público de la ciudad, serían aprobados para su compra, así que el hombre se sentó tras el volante de uno de ellos y alquiló a dos conductores los otros restantes.
Con los niños creciendo y la vida pasando, Carlos y Lucía terminaron separándose en 2016, trece años después de contraer matrimonio. Como la propiedad fue edificada por ambos, resolvieron que el hombre se mudaría al segundo piso, adaptándola en una especie de apartamento, y ella viviría junto a los pequeños en la primera planta, dividiendo así el bien que construyeron durante su sociedad conyugal.
Tres años después de ese momento, luego de varias discusiones, peleas y disputas económicas, acudieron al despacho de los jueces de paz Miguel Gregorio Flórez y Hendry Jimeno, cuya oficina está ubicada sobre la Cordialidad en Barranquilla. Lucía, molesta, fue quien citó a su expareja.
—Se te va a ir hondo, Lucía, ve que te lo estoy diciendo
—le dijo Carlos a su ex esposa, previo al inicio de la conciliación.
—¡Ja! —chistó ella— tú eres el que tienes aquí las de perder. Crees que no me doy cuenta de que me quieres quitar la plata de mi propia casa.
—Casa que construimos los dos... si bien recuerdas.
—Esa casa fue un regalo y no te corresponde a ti pedir nada de eso.
—Ya veremos... —dijo Carlos de manera cortante.
Delante de ellos, en el escritorio, estaban sentados Miguel Gregorio Flórez y Hendry Jimeno, ambos concentrados en el caso. Lo primero, le preguntaron a la pareja cuál era el motivo de la disputa, a lo que les contestaron que era sobre la capitulación de los bienes: una casa en el barrio 20 de julio y tres taxi Hyundai Atos 2007.
Según contó Lucía, la propiedad la había recibido ella como regalo, por lo que no debería entrar en las capitulaciones, pero los taxis, como fueron adquiridos por los dos, debían ser divididos entre ambos. El problema radicaba en que Carlos había vendido dos de los vehículos, según él para invertirle a la casa, y el tercero lo estaba conduciendo, luego de haberle pagado un embargo al banco que les había hecho el crédito.
Lucía, lo primero que tienes que entender es que los bienes hacen parte de la sociedad conyugal entre tú y Carlos —le dijo a la mujer el juez Jimeno—.
—Pero es que esa casa fue un regalo... eso no entra en la capitulación —le contestó—.
—Sí, claro, entiendo... pero es que según lo que ustedes me cuentan esa vivienda la demolieron y construyeron una nueva, ¿no?
—Sí —interrumpió Carlos—.
—Pues entonces es de los dos, y los dos tienen que negociar lo que van a hacer con ella —espetó el juez—.
A Lucía le cambió el semblante. Su cara, antes tranquila y risueña, se tornó seria y con gestos de concentración. En unos segundos de silencio, y ante las carcajadas sutiles de Carlos, pensó lo que sería su respuesta.
—Pues yo ya vendí esa casa, entonces ya esa propiedad no entra ahí —dijo—.
—Cómo que tú vendiste la casa, si yo vivo en el segundo piso —le contestó su exesposo— A ver muestra a quién y por cuánto la vendiste—.
—¿Y los taxis, señor juez? —irrumpió la mujer— ¿De eso no me toca una parte a mí también? —.
Intentando recomponer la conciliación, los jueces se miraron a los ojos, antes de continuar con la explicación de los sucesos.
—Efectivamente —dijo Miguel Gregorio— Carlos tiene que darle la mitad de las ganancias de esas ventas—.
—Y así lo haré —afirmó el taxista—.
En vista de que la cosa iba por buen camino, el juez Hendry Jimeno aprovechó para pedirles que conciliaran. La respuesta de la pareja fue tajante.
—Primero muerta antes que conciliar con él. Yo no le voy a dar nada de esa casa que es mía, además el tiene que responderme por la comida de los niños y nunca me ha dado nada.
—Pues como yo soy taxista a ella no le gusta la plata que yo gano; nunca me la recibe —le dijo Carlos—. Ella se gana dos salarios mínimos, yo me rebusco como puedo.
—Por eso fue que te dejé
—le respondió ella— porque no tenía ganas de seguir viviendo esa misma vida de perros.
Carlos la miró a los ojos al mismo tiempo que Lucía lo miraba a él. Hubo tensión y luego carcajadas, risas de todos los presentes. Parecía que la mujer hubiera soltado el mejor chiste del día y su exesposo lo disfrutaba, al mismo tiempo que buscaba la complicidad de los jueces.
—¿Si ven?, es que ella es así, bien brava. Nosotros lo que queremos es divorciarnos.
—En ese caso acá los podemos ayudar, con la justicia ordinaria podrían demorarse hasta nueve meses en un proceso de divorcio —les contestó el juez Jimeno—.
—No, señor juez, tranquilo —dijo ella—. Yo a este señor lo voy a demandar.
—Ay, Lucía, pues yo igual. Ya verás que yo tengo la razón... porque yo sí tengo a Dios en mi corazón.
Los jueces, viendo la situación, les comunicaron que lo más sensato era levantar un acta de no conciliación, a lo que la expareja aceptó sin rechistar.
—Entre más rápido me vaya de aquí mejor... no le quiero ver más la cara —dijo Lucía—.
Carlos soltó una carcajada: 'Te recuerdo que vivimos en la misma casa'.