Compartir:

Era media mañana del jueves en el populoso barrio Siete de Abril. El escenario, una pequeña cancha de arena cercada por un arroyo que se asemeja a una vieja cicatriz que no para de supurar. La cancha y el arroyo dividen a unas pocas viviendas levantadas con tablas y a otras de material, en donde la pobreza pareciera mandar como una antigua dictadura.

Un grupo de jóvenes sentados en unas llantas enterradas en la arena miraban al equipo periodístico de este medio, como si estuviéramos violando uno de sus preceptos ‘sagrados’. Estábamos en sus dominios, en un territorio inexpugnable para extraños y desconocidos.

A un lado de la cancha, seis jóvenes con edades entre los 13 y los 18 años se pasaban de mano en mano un ‘tabaco’ de marihuana con total naturalidad a la vista de todos. Ellos integran la pandilla los Menores. Sus primeras miradas de recibimiento son duras, de desconfianza y en sus ojos se podía adivinar una coraza dentada que recubre sus corazones acostumbrados a la confrontación.

LA GUERRA Y LA LLUVIA

En el cielo unas nubes oscuras vaticinaban la inminente caída de un aguacero, escenario perfecto para su ‘guerra’, para saldar las cuentas, para avanzar, retroceder y correr en medio de esas pequeñas ‘batallas campales’ que se han acostumbrado a librar contra sus enemigos jurados. Armados con machetes, chopos, escopetas que escupen balines, piedras y hasta con armas de fuego, como la que acabó con la vida de Juan José Montenegro Orozco antes de conseguir ser bachiller, su consigna es hacer respetar las fronteras invisibles.

Los Menores son 15 adolescentes que conforman la nueva generación de otra pandilla más vieja y más temida: los Tasmania. Estos adolescentes son la nueva sangre, los nuevos ‘soldados’. Una vez quebrado el hielo, se soltaron a contar cómo son esas confrontaciones, con qué frecuencia se presentan y por qué se recrudecen en época de lluvia. Según sus propias palabras, cuando llueve es mucho más 'emocionante'.

ESTADO DE SITIO

Javier* es un pelao de contextura delgada, tez trigueña, ojos grandes y un par de aretes que cuelgan en sus orejas. Un poco más tranquilo con la presencia de los extraños (nosotros), el joven de 16 años soltó a quemarropa, que por fuera de las dos pequeñas cuadras que conforman lo que ellos llaman su territorio, son blanco fácil de sus enemigos y sin darse cuenta siquiera, ahora les toca vivir como si estuvieran sitiados en su propio barrio.

'Tenemos murga con los Callaítos, los Rastas, los Cubanos, los Solitos, los Curveros, los HP, los Divinos... ¡Nojoda!, con todas las bandolas de por aquí. Uno se pone ‘maquia’ es por la noche. Formamos la ‘murga’ es porque se nos quieren meter y toca hacer respetar la cuadra. Por aquí ninguno nos va a venir ‘faltonear’ porque nos paramos en la raya', contó, Javier*, con cierta determinación y una seguridad pasmosa.

CRECE LA TRIBU

De un momento a otro, el grupo comenzó a crecer y de las bocacalles y las casas empezaron a salir y adherirse otros miembros de los Menores, todos niños en edad escolar.

Alfonso* tiene 15 años, estaba descalzo, tenía un corte de pelo estrafalario, aretes y, con su cara de yo no fui, contó que no está en el colegio porque fue expulsado, porque no se lo aguantaron más los profesores. 'Uno en el colegio también da mucha papaya, y si uno se descuida le salta la liebre porque uno tiene mucha culebra ya', dijo.

Recuerda que en el último enfrentamiento, hace ya tres noches, una pedrada lo alcanzó en la canilla, a la vista estaba le herida aún supurante, pero eso importa poco, porque como él mismo dijo estaba con los suyos 'parado en la raya'.

La comunidad de los barrios Santa María y Siete de Abril ha sido testigo de estos fieros combates que se presentan entre los aguaceros por lo menos en los últimos 7 años. Entre el cementerio y la pared que divide al megacolegio los choques son más que frecuentes. Solo falta el aderezo del agua que cae del cielo para que en vez de gotas empiecen a llover piedras.

ZONAS CALIENTES

Barrios como Carrizal, El Bosque, Siete de Abril, Las Américas, Santa María, Santuario, San Luis, Santo Domingo, San Roque, el corredor de la calle 17 y la Ciudadela 20 de Julio sufren con esta misma pesadilla bajo la lluvia.

De acuerdo con los estudios y las investigaciones del Distrito, indicó el director del Fondo de Seguridad, Jorge Ávila, que este fenómeno es mucho más acentuado en la localidad Metropolitana, que es la que tiene mayor densidad de grupos pandilleros, 95 en total.

El 22 de octubre de 2014, un joven de 17 años murió luego de resultar herido tras un enfrentamiento entre las pandillas los Adolescentes y los PE, del barrio El Bosque. El viernes 22 de agosto del mismo año el turno fue para Steven de Jesús García, de 18 años, quien murió en el barrio Carrizal luego de una disputa entre los Panela y los Novios Crédito.

Mientras los Menores exponen lo que ellos consideran sus 'hazañas', un grupo de jóvenes ya mayores bajó por la calle del arroyo y los pequeños guardaron un silencio ceremonioso que se quebró con una exclamación de Javier* '¡Estos sí son los propios!'.

Las mismas miradas escrutadoras, la misma desconfianza del inicio, hasta que poco a poco, los nuevos visitantes se fueron acercando para contar su propio ‘rosario’ de desventuras.

Brayan* tiene 22 años, piel oscura, contextura delgada y una risa maliciosa que lo delata cuando intenta mentir o minimizar alguno de los eventos en donde los Tasmania se han visto envueltos. De acuerdo con Brayan, la lluvia es el mejor momento para la confrontación por dos razones: 'lo que pasa es que cuando llueve no hay ‘tombos’ en la calle, esa es la plena, y también hay menos gente y las calles están solas, entonces nos prendemos con los Pescaíto, los Cripys o los Rastas', dijo.

En una esquina ubicada a unos pocos metros de la cancha, pintado en una pared ha estado desde hace unos 7 años un grafiti que dice 'Los Tasmania', ni ellos mismos saben a ciencia cierta quién lo estampó en la pared, solo saben que de allí salió el nombre con el que los conocen todos, los vecinos, en la cuadra y hasta sus enemigos.

El nuevo grupo lo integran por lo menos 7 muchachos entre los 18 y 25 años, ellos mismo contaron que los Tasmania siempre han sido unos 20 pelaos, pero ahora la mayoría tiene hijos, vive con su pareja, no cuenta con empleo regular y, en términos generales, son pocos los que lograron terminar el bachillerato y ninguno ha podido acceder a la educación superior.

‘LLAVES’ QUE SE PROTEGEN

'La pandilla es el combo de los amigos, no es más nada, son los ‘llaves’ que se protegen, y es una vaina que empezó como un juego y mire por donde va la cosa. Hay gente que dice que los Tasmania tenemos unos 5 chulos (muertos) encima, pero eso no es así. La plena es que este año tumbaron (mataron) al Rafa, un vale firme que dio papaya hace 7 meses y lo cogieron mal parqueado, estaba donde no debía', contó Jeison*, un joven de 18 años, de hablar pausado y apariencia formal.

Casi que en coro, contaron que están sitiados en su cuadra, que si pasan las fronteras de Santa María o Santo Domingo los ‘explotan’ (le hacen disparos con chopos, escopetas de balines o armas).

'No podemos salir de aquí porque si nos pillan mal parqueados nos cascan. Uno ya está más recogido porque ya está más grande, pero el viaje es que si esa gente se viene con su ‘murga’, uno tiene que frentear', dijo Brayan.

Continuó asegurando que su deber es hacer respetar la cuadra. 'Si se nos bajan estos manes a reventar las casas no hay quien responda, por eso uno nunca termina de salirse de la pandilla aunque esté más quieto'. Brayan es padre de dos hijos y para sobrevivir se gana la vida con contratos esporádicos en lavaderos de carros o como ayudante de albañil.

El muchacho es de los que piensa que en el barrio que lo vio crecer los pelaos se hacen pandilleros porque les toca. 'Si uno se quiere salir se queda solo y los enemigos después se lo ‘comen a uno vivo’. Uno ya está quieto porque la mayoría ya tiene hijos, pero hay que cuidar el barrio ya', aseguró con un dejo de resignación en su voz.

No tienen ningún reparo en admitir que las drogas como la marihuana y las pastillas, que ellos llaman tapita roja, hacen parte de su cotidianidad, así como la falta de intervención del Estado. En esta zona considerada peligrosa, poco o nada llegan los programas de intervención juvenil, o por lo menos eso es lo que ellos nos dicen.

DE LOS PRIMEROS

Michael* se acercó en una motocicleta, estaba sin camisa y en su torso lleno de cicatrices, se podía adivinar el mapa de sus propias batallas. Tiene 20 años y dice que ahora trabaja en la construcción. Contó que fue uno de los pioneros, de los primeros integrantes de los Tasmania, pero que ahora tiene su cabeza en otras cosas, como responder por su mujer y por su hija. 'Tengo como 4 años abierto, cuando yo andaba en esa vuelta ninguno de estos pelaítos estaba por ahí', dijo señalando al grupo de los Menores.

Según Michael, tener amigos en la cárcel, los heridos y el asesinato de uno de los suyos le ha servido para mirar las cosas desde otro ángulo, no obstante, aunque no quiera, su pasado lo persigue. 'Hace como tres días estaba en la moto y me iban cogiendo mal parqueado, me cayeron y me iban cascando, pero me ‘empadrinó’ un vale que estaba cerca y también estaba la Policía. Es difícil abrirse porque lo cogen a uno solo y lo cascan, pero esa vida ya no aguanta'.

Michael relata que fueron muchas las peleas en que recibió balines en su cuerpo y pedradas que lo sacudieron, además admite que cuando las cosas se ponían muy calientes ellos también se armaron.

HACIENDO LA ‘VACA’

'Recogíamos billete, unos 20 por cabeza, y con eso levantábamos unos 700 u 800 mil pesos y comprábamos un 38 (revólver) o unas escopetas de balines, porque había que defenderse, pero nada de eso aguanta. Estos pelaos de ahora son más locos. El problema es andar desocupado, por eso es que se la pasan tirando piedra. Ojalá arreglaran la cancha y se metieran por acá a ayudar con trabajo pa’ la gente'.

Todos y cada uno de los Menores y los Tasmania lleva una marca, una cicatriz de ‘guerra’ que se le ha quedado pintada en la piel como un tatuaje; viejas señas que les dejaron los tiros de los balines, las pedradas, o las cortadas de las navajas. Para muchos de los Menores, la pandilla sigue siendo el centro, el eje de sus vidas; para la mayoría de los Tasmania ya no tanto, porque el paso del tiempo y las nuevas responsabilidades ya los alcanzaron.

Algunos manifestaron cansancio de una vida en constante pugna, de sentirse encerrados en su propio barrio, de ese callejón sin salida minado por la violencia, la misma que ha cobrado su saldo mortal en repetidas ocasiones, no obstante, para esos que aún no han tomado conciencia de que en este momento no son más que carne de cañón y de presidio, cuando caiga la lluvia, volverán a estar en el primer frente de ‘batalla’ o, como ellos dicen, parados en la raya, a merced del azar y de que la ruleta de la muerte se detenga en el número escogido.

Va Jugando y Pelaos a lo Bien

Dentro de las acciones que ha implementado la Alcaldía para enfrentar problemas como el de las pandillas juveniles y la inseguridad bajo la lluvia está el programa ‘Va Jugando’, que atiende a 95 grupos en 4 localidades. La Policía cuenta con el programa ‘Pelaos a lo Bien’, coordinado por el intendente Zoilo Asprilla.

Este programa les da acceso a los pandilleros a cursos básicos. Además, la posibilidad de la creación de unidades productivas para mejorar su calidad de vida. Asprilla explica que cuando llueve, los arroyos impiden el acceso de la Policía a algunos sectores, y los delincuentes se aprovechan de esa circunstancia.

Asegura que cuando hay ambiente de lluvia las patrullas del cuadrante saben que deben ubicarse en zonas conflictivas que tienen ya identificadas. Mábel Hermida, directora de la Fundación Proceder, a cargo del programa ‘Va Jugando’, asegura que estos muchachos crecen en entornos en donde la violencia es la norma.

'Estos muchachos no conocen una manera diferente de disfrutar que estar en su sector, y además son más impulsivos y no tienen conciencia de riesgo, que es algo inherente a su edad', explicó. De acuerdo con Hermida, ‘Va Jugando’ viene trabajando con 1.500 jóvenes de manera directa, y de estos el 40% hoy en día está estudiando o trabajando. Según el estudio de caracterización realizado por el programa, en la ciudad hay cerca de 2.500 jóvenes inmersos en pandillas, combos o ‘parches’. 'En Siete de Abril no ha sido posible iniciar el proceso con los integrantes de ‘los Tasmania’ porque ellos no han estado abiertos, y este proceso es completamente voluntario', indicó.

La adolescencia y la juventud, el ciclo vital más vulnerable

De acuerdo con la psicóloga Adriana Silva, magíster en Sociología y terapeuta familiar, son varios los factores que inciden para que los jóvenes busquen integrar una pandilla, uno de los principales es que la juventud y la adolescencia están consideradas como el ciclo vital más vulnerable que tiene una persona durante su vida, debido a los cambios hormonales, los cambios neurofisiológicos y los cambios físicos.

Durante esta etapa, el adolescente necesita de contención, 'siempre debe haber alguien que ponga límites, en ese sentido podemos decir que últimamente hay algunas dificultades a nivel de la familia para el manejo de esos límites y de las reglas', indicó la especialista. Asegura que otro de los factores está relacionado con la llamada función vincular en la familia: 'Hay cada vez más familias en donde no se establecen relaciones vinculares, no hay momentos en donde comparten en familia, y eso les crea una sensación de vacío. Si el joven se siente aceptado y escuchado en casa, eso le da un sentido de pertenencia.

Al no encontrarlo en la familia, lo que se convierte en la familia es el grupo de amigos (la pandilla) y de ahí viene la noción de ‘por mi familia hago lo que sea', explicó. De acuerdo con la especialista, la base para atacar este problema es la comunicación familiar y la paciencia, 'con la paciencia y el acompañamiento de la familia y la comunicación familiar el muchacho puede salir bien de ese periodo vulnerable'.