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Bajo el techo de aluminio del palco, Gilberto López Muñoz podía ayer ver al quinto toro moverse inquieto detrás del portón, como si presagiara la desventura que estaba a punto de padecer por las tradicionales corralejas del municipio de Santo Tomás.

La brisa no alcanzaba a disipar el calor, mientras un locutor agradecía, a través de los parlantes, el apoyo de varios candidatos políticos del departamento para realizar la fiesta. Un festejo taurino, político y de clases sociales. Una vitrina de aspiraciones públicas, gracias a hombres ágiles y arriesgados.

Gilberto, de 38 años, hace parte de este grupo. Es banderillero desde los 12 años y ha padecido muchos dolores por un par de cachos.

En medio del fandango de las papayeras, afirmó que tiene 67 puñaladas en su cuerpo: 64 por toros y 3 de su exmujer porque, dijo, creía que le había puesto los cuernos.

De repente, levantó su camisa para despejar dudas y mostró diversas cicatrices en su barriga, espalda, pecho, brazos, piernas y cabeza, producto del 'arte taurino'. Su cuello está marcado en ambos lados desde la vez que un toro lo atravesó con una de sus astas. Hace 13 años, agregó, en unas fiestas del municipio, tras recibir el golpe de un bovino su ojo izquierdo quedó guindando. Hoy tiene una marca allí, debajo la desviada mirada.

'Lo hago porque me gusta. Es mi trabajo, aunque también vendó frutas en la calle con un carro de mula', comentó el banderillero, nacido en Puerto Giraldo.

Ayer prefirió ver la jornada desde los palcos, porque ya había arreglado con un ganadero la 'puyada de mañana (hoy)', pues le molesta que muchos banderilleros se 'regalen por $10 mil o 20 mil'. Veía con emoción como unos 20 manteros hacían quites al sexto toro negro que correteaba en el centro de la plaza.

Gilberto solo dejará las corralejas si encuentra una mujer para pasar el resto de su vida o si un toro lo mata.

Abajo, en la grama, cientos de jóvenes y niños se divertían azotando al animal. Como suele suceder en una corraleja, sus victimarios eran aplaudidos y halagados.

Entre ellos, el sabanalarguero Tomás Cantillo corría de un lado a otro. Lleva 20 de sus 36 años en las plazas y afirmó que todo hombre comienza a temerle al animal cuando recibe la primera apuñalada.

'A los 22 años me enterró el cacho en la pierna derecha. No quisiera que ninguno de mis dos hijos hiciera lo mismo, pero esto va en la sangre', afirmó luego de guindarse de un palco tras la embestida del toro. Cientos de hombres corrían en el gramaje, ante la mirada de miles desde los palcos. La política se apoderó de ambos escenarios. Arriba con los avisos de los tarjetones de los partidos y abajo en las mantas y camisetas de apoyo.

La corraleja de Santo Tomás tiene capacidad para 3500 personas. Según su organizador, Luis Emiro Sierra, genera cerca de 400 empleos directos e indirectos. Lleva cuatro años realizando la fiesta y aseguró que es un evento cultural que contribuye a la comunidad.

'Esto es más que todo cultural y la publicidad política son colaboraciones de los candidatos. Nosotros advertimos previamente de los riesgos dentro del ruedo', indicó.

Gilberto, el de las 67 puñaladas, afirmó con una sonrisa burlona que cualquiera puede morir por unos cuernos y por eso 'hay que cobrar mínimo $100 mil por una cornada'.