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Saulo José Romero nació prematuro el 24 de marzo de 1994, cuatro meses antes de la fecha correcta. El pequeño vino al mundo con apenas cinco meses y medio de gestación. Desde su nacimiento, sin tener conciencia de ello, empezó a ver las cosas más en tonos grises como en medio de una calina densa y oscura en la que adivinaba las formas y los colores de un mundo que le negó su luz. Una 'retinopatía de la prematuridad' y 'un escaso desarrollo de la córnea y la retina', lo obligaron a enfrentar una ciudad que, prácticamente, le tocó ir tanteando entre las sombras.

A los once años su escasa visión se redujo a cero por cuenta de un absurdo accidente casero. Saliendo de su casa golpeó su ojo derecho contra el manubrio de una motocicleta aparcada en la entrada de la vivienda y las escasas sombras y la poca luz que todavía podía percibir, se apagaron prácticamente de un todo.

En pie de lucha

Pese a su condición, Saulo José no se ha dejado amilanar por la adversidad. Con mucho esfuerzo pudo convertirse en bachiller y gracias a su deseo de salir adelante cursó estudios técnicos que lo convirtieron en auxiliar en el área de informática y tecnología y hoy en la Biblioteca Departamental se gana unos pocos pesos, como docente de apoyo, capacitando a estudiantes ciegos en todo lo relacionado con el uso de computadores.

A sus 21 años, Saulo es una persona independiente que se mueve por Barranquilla y usa el servicio de transporte masivo para movilizarse en el largo trayecto desde su lugar de residencia en el barrio Puerta de Oro, de Soledad, hasta la Biblioteca, en la transitada calle 38 con carrera 38.

Armado con su sentido agudizado del oído y del olfato y un bastón que es su compañero inseparable, enfrenta las calles de Soledad contando cada cuadra que lo separan de su casa hasta el alimentador de Transmetro. Lo mismo hace al afrontar la jungla de cemento que lo separa de la estación Chiquinquirá y su lugar de trabajo.

'Por lo general solo me muevo a lugares que ya conozco; siempre cuento las calles y me ubico en las zonas que ya tengo identificadas. Voy a la Biblioteca cuando tengo un turno, voy a la Fundación María Elena Restrepo –Fundave–, a la que le debo mucho porque a través de ellos me he podido capacitar, y a mi casa', explica.

En un ejercicio urbano con EL HERALDO, el joven ciego le midió el pulso a Barranquilla aceptando el reto de realizar un recorrido por diferentes sectores, pero sin conocer previamente por dónde iba a movilizarse y a qué podía enfrentarse.

Con decisión asumió el reto de construir el mapa mental de esta ciudad, asediada por las altas temperaturas –más de 38 grados centígrados bajo sombra por estos días– y logró escuchar los ‘latidos de su acelerado corazón’, el trepidar de los autos y los fuertes olores que se desprenden del ajetreo diario de ese millón doscientos sesenta mil habitantes que la hacen ‘transpirar’.

Calle Murillo

Desorientado y con timidez inició su tanteo en Murillo con la carrera 38 rumbo a la avenida Olaya Herrera, en la acera oriental. Como una especie de avanzada de elite, su bastón le servía para identificar en el andén posibles obstáculos. El sonido de los buses y en general de los vehículos, como él mismo empezó a describirlo al caminar la primera cuadrada, le generaron 'prevención'.

Con el rostro fruncido y atento los sonidos u olores de la ciudad terminó un recorrido trastabillando por momentos cuando le tocó sortear algunos obstáculos que su bastón fue identificando a lo largo de las siete largas cuadras. La imagen que construyó por el ruido de los automotores fue la de un caos feroz de autos disputándose la calzada.

'Hay muchos carros a un lado y eso me previene. No sé dónde estoy, pero sé que esta es una zona muy transitada y que esto por acá es un caos vehicular. Esta zona me da una sensación de calentamiento global, de confusión y variedad. Pocas veces he estado solo por acá y, por lo que sentí, por aquí un ciego tiene que andar con mucho cuidado si no quiere que lo atropelle un carro', expuso.

Agregó que la zona despide un 'fuerte' olor a humo, gasolina y orines, a comida, a postres, dulces y, por momentos, los pocos en que su rostro enseñó gestos relajados y de curiosidad, a 'perfume de mujer'.

En el río

Andando por los 500 metros lineales del parque ubicados al lado del río, sin tener idea de detalles como las rocas blancas que protegen la orilla, y sin conocer la inversión de $30 mil millones de esta obra, Saulo José imaginó inicialmente que estaba en un 'parque natural' o 'cerca al mar'.

La brisa que acariciaba su rostro y el sonido del bamboleo del agua lo confundió por un instante.

Irguiendo el cuello, como husmeando entre la agradable brisa, caminó pausado y completamente relajado descifrando las claves del río que corría a un lado sin que aún lo lograra identificar.

'Juraría que por acá huela como a pescado, que estamos en el mar, percibo un lugar grande y despejado que me da una sensación muy agradable, cero caos, cero ruido'.

Con una sonrisa luminosa que se instaló en su rostro, el joven de 21 años que sueña con convertirse en profesional para regalarle a su abuela paterna una mejor calidad de vida, aseguró, cuando supo donde estaba, que le resulta 'impresionante' que Barranquilla, en medio del hervidero de autos, las ventas callejeras y el desorden cotidiano, cuente con un lugar como la Avenida del Río, que para él resulta 'todo lo contrario' al caos, el afán y el ajetreo diario que impulsa a esta ciudad y sus demonios urbanos.

En la Intendencia Fluvial

A Saulo José lo asaltó un olor que describió como el de agua empozada o de 'caño'. Aseguró que tras ese olor, podía percibir una fragancia inconfundible a limón y pescado frito. 'En ese muelle o como se llame, me daba la sensación de que me podía caer porque sentía que estaba como alto, pero también estaba ese olor a pescado frito y a restaurante que me llamaba'. Saulo almorzó por primera vez en su vida en los reconocidos y ya tradicionales Cabrito Express, donde degustó la sazón tradicional de estas matronas dueñas de los secretos y de la alquimia de los fogones costeños.

Paseo Bolívar y Mercado

En medio de un río de gente que iba y venía apretujada en el andén, Saulo inició en el Paseo Bolívar con carrera 44 uno de los recorridos que le resultó más complicado. Casi a tropezones se abrió paso, rumbo a la carrera 38,entre los puestos de ventas estacionarias que siguen en la zona pese a los operativos de las autoridades. Con dificultad caminó en medio del fragor de los insistentes sonidos de las bocinas de los automóviles y las espontaneas conversaciones de transeúntes que lo observaban con curiosidad y hasta con extrañeza.

Aseguró que la agitación de compradores y de vendedores que confluyen en un mismo espacio le produjo una sensación de 'inseguridad y desconfianza'.

'No los veo, pero los escucho, los huelo y los siento muy cerca. Hay demasiadas personas, casi no se puede caminar, demasiada gente por todas partes', recalcó y dijo que se movía entre olores a 'almacén', a sudor rancio, orines, humo de cigarrillos y basura y a 'zapatos nuevos, mercancía sin estrenar y comida callejera'.

Para Saulo, el Paseo Bolívar es un 'caos total de personas' caminando, empujándose y hay olores 'muy fuertes' mezclados, la mayoría 'desagradables'. 'Creo –opinó– que hay descuido y desorden aunque no lo puedo ver'.

Al entrar a Barranquillita y el Mercado de Granos supo enseguida en donde se encontraba y asoció los olores y los sonidos con recuerdos tristes de su niñez. Para él resultó un ejercicio fácil aunque estremecedor.

'Mi madre me dejó al cuidado de mi abuela cuando yo tenía 13 años y ella me traía cuando pequeño por acá, por lo menos dos veces a la semana, por eso sé donde estoy. Ella venía a buscar verduras, frutas y vituallas más baratos. Siempre ha sido igual, una cantidad de olores nauseabundos, calles encharcadas y llenas de barro casi imposibles de andar, olores a fruta podrida, a caño y agua empozada', dijo mientras intentaba abrirse paso en medio de una enredadera de locales de madera también apretujados entre sí y desperdicios desperdigados en la vía. Hasta una vaca atravesada en el camino tuvo que sortear en un recorrido que le resultó 'incómodo' y a todas luces 'desagradable'.

'Es que huele como a animal enjaulado, a cebolla, a gente que no se baña, como a loco, y no se puede caminar bien, las calles están destruidas, hay charcos, no quiero ni imaginarme cómo se ve esto', agregó.

En el Metropolitano

Luego del choque sensitivo que lo sacudió en el Mercado, en los alrededores del estadio Roberto Meléndez se sintió completamente diferente. A pesar de que esta es una zona transitada porque pudo sentir el 'perfume de la gente', aseguró sentirse seguro y tranquilo.

'He estado pocas veces dentro del Estadio, pero me gusta mucho el fútbol y soy hincha del Junior y del Barcelona. Por lo menos, ahora me imagino unas calles no tan transitadas, y árboles y personas que pasean por acá; me gusta estar por aquí', indicó mientras a su lado pasaba un nutrido grupo de hinchas que lucían con orgullo la casaca Tiburón.

En la calle 72

Pitos, olores a lavanda, tropezones y escaleras que no esperaba encontrar, andenes irregulares que bajan y suben sorpresivamente, el inconfundible olor de los almacenes que asocia con mercancía nueva y aire acondicionado, mezclados con el smog que expulsan los buses y los distintos vehículos que desembocan por la agitada 72 con carrera 46, le devuelven esa especie de ritmo frenético en el que baila la ciudad al compás de sus propios afanes. 'Es un sector animoso, pero no genera sensación de inseguridad', expresó.

Entre fruteras improvisadas, ventas de artesanías y confites, almacenes y librerías que iba dejando atrás, se animó a reflexionar. Aseguró que Barranquilla es una ciudad llena de 'múltiples olores y sensaciones' que van desde las cosas más simples y agradables, como la alegría espontanea de su gente, el olor del mar y la tranquilidad del río

El verde huele a vida

Tras sus primeros pasos por el tranquilo sendero que conduce al corazón del Parque Ezequiel Rosado, ubicado en la calle 80 entre carreras 56 y 57, al norte de la ciudad, Saulo José, respiró profundo y en su rostro se instaló un gesto de bienestar y tranquilidad, tal como si hubiese recibido una caricia providencial y frente a sus ojos hoy marchitos,el verde de los árboles y el colorido de las flores recobraran la perfección de sus contornos y formas.

'Este lugar huele a vida a bienestar, a esperanza. Nunca había venido aquí y me gustaría pasar acá un rato con mi novia, que también es ciega; es que se siente una paz y una tranquilidad que transmiten ese olor a verde, a flores, yerba mojada, no hay ruido de carros y la brisa que siento es deliciosa. ¡Qué bueno que todavía tengamos en la ciudad lugares como este!', exclamó sorprendido.

Encantado paseó un rato por el parque elogiando la 'ausencia de contaminación' y de 'olores negativos' típicos de las zonas comerciales.

Extenuado, luego de la larga jornada de cinco horas y media, donde pudo escuchar, aspirar y sentir en su propia piel la ciudad que sigue avanzando y creciendo de forma descontrolada, Saulo Romero ‘vio’ a Barranquilla de la forma en que muchos de sus ocupados habitantes no la pueden ver; él percibió las mejores y las peores fragancias y además escuchó atentamente sus dolores. Este joven con discapacidad visual ‘vio’ a Curramba desnuda, así como solo se puede ver con los ojos del alma.