La mañana del lunes feriado del 17 de octubre de 1994, Hernán Gutiérrez Hernández, en esa época de 40 años, condujo su carro hasta su oficina en el centro de Valledupar, en el edificio del Banco de Bogotá, donde tenía un despacho particular, en el cuarto piso del inmueble.
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Parqueó el vehículo, y como solía hacerlo, se lo recomendó al vigilante de la edificación para que lo tuviera cuidado. Subió hasta la cuarta planta y se apresuró al cúmulo de papeles que tenía pendientes y que, aprovechando el puente festivo del Día de la Raza, iba a poner en orden.
Llevaba algunos minutos con los ojos clavados en los documentos, cuando sintió el estropicio de una persona desesperada tocando a la puerta de la oficina: “¡Señor Hernán, baje rápido que la Policía se le va a llevar el carro!”, le dijo el vigilante que se había apresurado a advertir.
No se imaginó, ‘ni por las curvas’, que iba a ser una de las primeras personas del país, en enterarse del robo más grande en la historia de Colombia, pues pegado al edificio donde tenía la oficina, estaba el Banco de la República de Valledupar, del cual su bóveda número dos había sido desocupada por 14 ladrones con el apetito por saciar su pobreza.
“Cuando baje ya me encuentro rodeado de Policías y sigo creyendo que se iban a llevar el carro porque estaba mal estacionado. Me piden que los acompañe y me encuentro que no era por la cuestión del carro. Uno de los agentes me informa que se acababan de robar el Banco de la República. Yo me eché a reír, porque estaban buscando el ahogado río arriba”, recordó para EL HERALDO.
Gutiérrez Hernández es indígena kankuamo, hoy en día tiene 70 años, es técnico agropecuario y cursó estudios en Barranquilla sobre sociología. Actualmente se dedica a la consultoría y formulación de proyectos en comunidades indígenas y fue coordinador de asuntos étnicos de la Gobernación del Cesar. Lleva escritos tres libros y uno de ellos es sobre el robo del siglo.
Viviendo con los ladrones
En aquel octubre de 1994 el país acababa de elegir a Ernesto Samper presidente, estaba en ciernes el famoso proceso 8 mil, y la gente estaba devastada por los niveles de violencia en el país, que se debatía entre el miedo al recrudecimiento de la guerra de Pablo Escobar contra el estado y el dolor por el reciente homicidio del futbolista Andrés Escobar.
Había muchos buscando hacerse con la fortuna por la vía que fuera, en un país empobrecido. Es por eso que a alguien se le ocurrió robar el Banco de la República.
“La idea era sacar unos 3.000 millones, pero una vez abierta la bóveda era algo superior a lo que esperaban. Se apoderaron de 24.072 millones de pesos, producto de las consignaciones de fin de semana de las entidades bancarias del Cesar y La Guajira”, relata Hernán en su libro ‘Ingenio y Pobreza: el robo al Banco de la República en Valledupar’, del que tiene lista una tercera edición.
Hernán se atreve a dar la cifra exacta porque así se lo contaron la mayoría de los 14 hombres que entraron al edificio y lo asaltaron el 16 de octubre, a quienes pasó más de dos años entrevistando y sacándoles de manera quirúrgica los detalles para hacer su libro. ¿Cómo? Pues muy sencillo, Hernán estuvo preso con ellos.
“Tuve un inconveniente jurídico y fui detenido, estuve en la cárcel. Yo había tenido un cargo público y se desaparecieron unos bonos públicos, que resultaron ser falsos y el empapelado fui yo. Dos días antes de morirse, la persona que los quemó confesó que lo había hecho, ya después de que yo había salido libre. Todo se originó por unas peleas políticas”, enfatizó.
Cuando lo metieron preso, 11 de los 14 ladrones estaban encarcelados con él. Aunque, con el tiempo, se enteró que fueron 30 los involucrados en el golpe delictivo, incluidos dos Policías de vigilancia y dos Policías de tránsito de carreteras, coaccionados bajo la promesa de aceptar el dinero o iniciar una balacera donde no iba a quedar nadie vivo.
“Estando allí tuve la oportunidad de encontrarme con los que robaron el banco y comenzó ese interés por conocer la esencia del por qué y cómo llegaron ellos a surtir eso con tanta frialdad.
Ellos nunca utilizaron armas”, manifestó.
“Yo a cada uno le fui sacando la información, ellos ya sabían, les había pedido que me regalaran la versión. Estaba en mi creer lo ellos decían y atando los cabos descubrí quién fue la persona que ideó todo, una persona de Valledupar y a él me le dediqué”, agregó.
La mente maestra
“¡Nojoda Hernán, tú tienes el olfato!”, fue lo que le dijo el personaje que ideó todo el plan a Gutiérrez Hernández cuando lo confrontó. “¿Qué te dijo ‘Fulano’?, eso no fue así, le falta esto o aquello”, fueron las claridades que le hacían falta para completar la historia en su cabeza.
“Lo único que conservo bajo reserva es el nombre real, ellos se trataban por el alias, escribí el libro pero respeté sus identidades”, expresó.
El ideólogo recibió el nombre de ‘Daniel’, es contador titulado y por aquella época trabajaba dentro del Banco de la República. Solo dos valduparenses entraron a la bóveda ese día, el citado ‘Daniel’, y alias Jacobo, que fue el entrenado para abrir la puerta electrónica. Ambos terminaron pobres y viven ahora, irónicamente, de ser vigilantes.
“Ellos viven aquí (en Valledupar), en su necesidad, pero con una resignación familiar, con hijos y nietos. Quedaron en la pobreza. A ellos se les vino la idea en la cabeza de manera ‘folclórica’ porque algunos trabajaban en el banco, sabían cómo funcionaba todo, hasta un portón electrónico que había ahí”, reseñó Hernán.
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¿Cómo unos ladrones que se apropiaron de tanta plata quedan en la pobreza? Por físico y puro pánico.
“Les dio miedo recibir la parte que les correspondía y encomendaron que les llevaran la plata al interior. Y al final, ladrón robó a ladrón. Algunos se acogieron a sentencias anticipadas de 8 años, los que no, como dicen ellos, pagaron su ‘canazo’, de entre 12 y 18 años”, comentó.
Sin embargo, los que se guardaron la plata, según Gutiérrez Hernández, hoy en día viven bien, en una amplia gama de negocios en el centro y sur del país.
“Algunos la están disfrutando en fincas, en ganado, o en parqueaderos y hasta centros comerciales, en Bogotá y Medellín. Hay uno que tiene una flota de volteo y arrea materiales para el suroriente de Antioquia. Otros están en Guainía y Casanare, están explotando madera”, resumió.
Así fue el robo
Sobre las 6:15 de la mañana del 16 de octubre de 1994, un grupo de hombres ingresó al Banco de la República en Valledupar. Fue un domingo. Alrededor de 30 personas se apoderaron de 24.072 millones de pesos, entre esos dos Policías del cuadrante que les sirvieron de campaneros.
En el interior del banco había un sistema de alarmas, pero contaban con un experto en electrónica que logró controlar la activación de las alertas. La edificación cuenta con cuatro plantas y está ubicada en la calle 16 con carrera 9. La bóveda principal se encontraba en el sótano y solo se podía acceder a través de un ascensor, al cual se ingresaba accionando una clave secreta que tenían.
Solo se violentó la bóveda principal, instalada en el sótano, con equipos de soldadura autógena y seis cápsulas de oxígeno, elementos que ingresaron en el mismo camión.
Los asaltantes por poco se asfixian en el interior de la bóveda, porque trajeron brocas gigantes desde Panamá, pero con ellas no se podían abrir las cajas, lo cual los llevó a utilizar plasma, pero así se consumía más rápido el oxígeno y cuando se estaban asfixiando tuvieron que hacer huecos en las paredes. En total, fueron unas 18 horas de trabajos en el interior de la bóveda. Pasada la medianoche, el 17 de octubre, los asaltantes salieron del lugar por la puerta principal.
Tras la inspección de la bóveda por la Fiscalía, se encontraron 23 botellas de oxígeno (17 de 60 libras y 6 de 40), una botella de acetileno, más de 35 metros de cable trifásico, dos compresores de aire, un extractor de aire, un mazo, un par de guantes quirúrgicos, un barretón, destornilladores, pinzas, llaves de tubo, alicates y plásticos negros.
Iban a Bucaramanga, pero optaron por tomar la vía a Barranquilla y se establecieron en una finca en Ciénaga, Magdalena. Tras el alboroto, el 18 de octubre, los atracadores decidieron regresar pasando por Bosconia.
Pero en ese regreso, se encontraron con guardias de tránsito que los detuvieron, por lo que tuvieron que ofrecerles dinero para continuar. “Nos reciben la plata o nos matamos todos aquí”. Esos guardias serían capturados, pues con la suma recibida abandonaron su puesto de trabajo.
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