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Cuando el sol se esconde, entre el gran campo lleno de maleza comienza la cacería. La luna resplandeciente baña de plata los predios de una finca que a esa hora parece solitaria. En los corrales, tres vacas permanecen acechadas por un depredador que espera el momento ideal para atacar. No es un animal, sino un grupo de hombres.

Cuando llega el momento, con cuchillos filosos en sus manos, los sujetos salen corriendo hacia los animales y los acorralan para luego sacrificarlos y ‘pelarlos’, es decir, apropiarse de la carne que necesitan.

Esta es una de las tantas modalidades de abigeato que se registran a diario en los municipios del departamento del Atlántico, siendo uno de los delitos más frecuentes en esta zona del país.