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Vehículos patrulla invistiendo a manifestantes, placajes por la espalda, uso de gas pimienta o disparos de balas de goma a la cara. Con estas dudosas prácticas, los departamentos de policía en muchas ciudades de Estados Unidos han contribuido poco en evitar que las protestas ciudadanas contra el racismo se volvieran violentas en los últimos días.

La pasada noche el alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, convocó una rueda de prensa de urgencia, bajo el incesante sonido de helicópteros y sirenas policiales, para justificar una imagen de las protestas del sábado que se volvió viral en las redes sociales.

Dos furgonetas de la policía de Nueva York rodeadas por una multitud de manifestantes en Brooklyn aceleraban y barrían a decenas de personas, que afortunadamente se desplomaron sobre el asfalto sin ser arrollados bajo los vehículos.

Esa táctica, junto con otras como lanzar gas pimienta sobre manifestantes con las manos en alto, han elevado las críticas contra el supuesto objetivo principal de la actuación policial: la desescalada.

«No es cierto que no estamos contribuyendo a desescalar la situación», dijo hoy el comisario de la Policía de Nueva York, Dermot Shea, quien aseguró que no va a consentir que se ponga en peligro la vida de sus agentes.

De Blasio rebajó el tono de anoche al asegurar: «no me gusta el vídeo (de las furgonetas), se va a investigar», para seguidamente matizar: «Esos manifestantes no eran pacíficos, estaban lanzando cosas contra los vehículos. Hay que ponerse en la piel de esos policías».

Hubo anoche 350 personas detenidas en Nueva York, donde no se experimentó el nivel de violencia y saqueos que vivieron ciudades como Detroit, Chicago, Dallas o Albany, donde incendios y el caos fueron la tónica a partir de las 10 de la noche, hora local.

«Esta no es la misma policía que hace seis años, la estamos reformando», aseguró hoy De Blasio, que asegura que la policía cada vez se está integrando mejor con las comunidades que patrulla.

El presupuesto de la policía neoyorquina ha aumentado alrededor de un 30 % en los últimos seis años, pese a que los crímenes ya venían reduciéndose constantemente y se encuentran cerca de mínimos históricos.

Ciudades como Chicago, Houston, Detroit u Oakland destinan más de un tercio de su presupuesto a sus departamentos de policía, según datos del Center for Popular Democracy. En todas ellas, las protestas han desembocado en disturbios, saqueos y caos.

En seis años desde la muerte de Michael Brown en Ferguson (Misuri), que también motivó disturbios y protestas en todo el país, poco parece haber cambiado en el modo en que la policía aborda la desigualdad racial y económica en Estados Unidos, pese a presupuestos generosos y planes de reforma.

A esto se suma un escenario post-pandemia con presupuestos de las administraciones públicas en caída libre y un desempleo a máximos desde la Gran Depresión y que afecta sobre todo a los jóvenes y afroamericanos.

Con el presidente estadounidense, Donald Trump, haciendo poco por buscar la desescalada en las protestas contra la brutalidad policial y el racismo, la policía y los alcaldes son los que están intentando evitar mayor caos, en algunos casos declarando toques de queda, que han desembocado en arrestos masivos.

Michigan ofreció anoche un claro contraste de cómo abordar la crisis. En Detroit con la llegada de la noche, comenzaron los lanzamientos gas lacrimógeno, carreras, helicópteros policiales, y manifestantes violentos que al abrigo de la multitud y el caos comenzaron a saquear tiendas.

Por el contrario, en Flint, también en Michigan y una de las ciudades más afectadas por la desindustralización del Medio Oeste, agentes de la oficina del alguacil se sumaron a las protestas al grito de «Black Lives Matter».

Esa solidaridad policial con un grito que se oye en todo el país desde hace años se repitió en Camdem (Nueva Jersey) o Santa Cruz (California). En ninguno de esos lugares se reportaron disturbios.