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A simple vista cuesta creer que estamos en 2020: varias personas toman el sol sobre la arena, otros ríen coctel en mano y una pareja camina abrazada cerca del agua. Todos con el rostro descubierto, olvidando por unos días que fuera todavía azota una pandemia.

La única pista de que la covid-19 es aún una realidad son las mascarillas de uso obligatorio para el personal de los hoteles cubanos, regidos por un protocolo que incluye tomas de temperatura y desinfección de manos y pies a la entrada, que los empleados hacen cumplir amablemente, pero sin excepciones.

Sol radiante en pleno invierno, playas paradisíacas y seguridad sanitaria son las bondades con las que Cuba quiere atraer a un turismo extranjero cada vez más necesario para reflotar su maltrecha economía, ahora aún más golpeada por la pandemia.