Persona que hace favores en la tierra se llama Manolo. Nadie más hace lo que él hace. Nadie, tan desinteresadamente, da su vida por los muertos, como él, que a su 64 años asegura haber sacado más de 300 cadáveres de las corrientes de aguas negras de Barranquilla.
Sus padres lo llamaron Luis Manuel Calderón Rodríguez, pero su nombre es Manolo, «a mucho honor», el rey del Caño de la Ahuyama. Desde que era un niño, ha buceado ese curso de agua del río Magdalena que recorre, principalmente, el barrio Villanueva, donde nació; pero en ese entonces no pensó en convertirse en el popular rescatador de cadáveres.
No vayas a creer que es un año, ni dos años que tengo yo de estar en esto. A mí me conoce todo el mundo», dice Manolo sentado frente al pequeño televisor gris que tiene en la sala de su casa. Estaban pasando el noticiero del mediodía y la imagen no era buena, pero a él no le importaba, y tampoco a Magdalena, su esposa, porque ambos estaban mirando hacia el patio de su casa, donde, al fondo, estaba el trono de Manolo, sobre las aguas del caño.
Su primera vez fue a los 12 años, no sacó a un muerto. Esa vez, salvó a ‹Briciliano›, que todavía está vivo y carga bultos en el mercado. Manolo lo sabe porque hace unos años se lo encontró en la calle y este le invitó una cerveza. Fue hace tiempo, cuando «todavía tomaba licor».
Según recuerda, esa noche Briciliano estaba pescando en un planchón en el Caño de la Ahuyama, pero perdió el equilibrio y cayó al agua. Manolo lo veía desde el puente de la 38. Había salido de cine en el Teatro Dorado, en la 30, e iba caminando hacia su casa —en la calle 6 con carrera 41— y se dio cuenta de que el «pelao» estaba en el agua y no sabía nadar, así que se lanzó y nadó con todas sus fuerzas.
«Me nació porque dije: ‹No lo dejo ahogar›, yo más o menos nado. Lo saqué como a las 8:00 de la noche. Era un pelao ya grande, más largo que yo, y ya hoy está viejito. Él se estaba ahogando y me tiré y lo salvé. Después saqué otro que estaba ahogado y ahí empecé», cuenta Manolo 52 años más tarde desde la misma casa a la que llegó, aquel día de 1967, con la satisfacción de haber salvado una vida.
Desde entonces, Manolo fue ganando reconocimiento en la zona suroriental y suroccidental de Barranquilla como un «héroe sin capa» que aparecía cada vez que una tragedia tocaba a la puerta de una familia. Las épocas de lluvia se convirtieron en un tiempo para mantenerse alerta y la imprudencia adolescente, su entrenamiento.
Por año, alcanzaba a rescatar hasta seis cadáveres y, de vez en cuando, lograba llegar lo suficientemente rápido como para salvarles la vida. Ese era su trabajo, pero no cobraba, nunca cobró. Hasta hoy, Manolo navega los caños de Barranquilla a petición de los familiares de los desaparecidos en las aguas a cambio de nada.