Nueve de cada diez personas en el mundo respiran aire contaminado. Una problemática que causa siete millones de muertes prematuras cada año a nivel global – 600 mil de ellas en niños– que están relacionadas con cánceres, infartos, enfermedades cardíacas y respiratorias, entre otras dolencias que aquejan especialmente a quienes viven cerca de fuentes de contaminación atmosférica, como grandes fábricas y carreteras. La pobreza y la desigualdad están vinculadas a muchos de estos fallecimientos que, lamentablemente, se van a disparar en los próximos años si no se ejercen más y mejores controles para exigir que países y ciudades cumplan con las normas sobre calidad del aire establecidas por autoridades ambientales y sanitarias. No solo se trata de disfrutar de un cielo más azul, que siempre es señal de un entorno limpio, sino de generar condiciones adecuadas para que la gente coexista en un ambiente saludable que asegure calidad de vida.
Sin garantía de un entorno sano, no habrá salud ni bienestar posibles. Actitudes negacionistas e irresponsables o el simple desinterés de quienes desestiman la amenaza de la contaminación del aire nos obliga a soportar los efectos de una crisis profunda y prolongada, lo más parecido a una pandemia, con una letalidad incluso mayor a la que hoy aún nos aqueja, pero con la gran diferencia de que nadie sabrá cuándo se contagió ni mucho menos cuán rápido esta terminará por deteriorar su vida. Frente a un diagnóstico tan preocupante, además estrechamente relacionado con la creciente emergencia climática, la puesta en marcha de planes para gestionar la calidad del aire y reducir la contaminación atmosférica debe ser prioridad en la agenda, tanto oficial como de los privados. La academia, siempre crítica de estos temas, lleva la delantera con sus certeros análisis y merece ser escuchada. Pero se requiere que la sociedad entera se apropie de un asunto de salud pública inaplazable por más tiempo.
Es increíble que en Barranquilla, durante el aislamiento obligatorio por la pandemia, la contaminación atmosférica por la presencia de material partículado en el aire no solo no cedió, sino que aumentó levemente, a diferencia de lo ocurrido en la mayor parte del mundo, donde las cuarentenas disminuyeron –de manera temporal– la emisión de sustancias contaminantes. La evidencia científica confirma el porqué de la indignación ciudadana frente a una reiterativa problemática sin solución definitiva que asfixia, literalmente, a amplios sectores de la población. Investigaciones confirman que las múltiples quemas en el Parque Natural Isla Salamanca y sus alrededores “anularon” cualquier positivo efecto ambiental del confinamiento. Es obligatorio reconocer el inmenso daño que estos incendios forestales, originados en el departamento del Magdalena, causan en la salud de los barranquilleros, para insistir en la búsqueda de salidas, pese a que no se cuente con la voluntad de todos los sectores ni gobiernos convocados.
El otro gran riesgo para la salud de los ciudadanos por cuenta de la contaminación del aire procede de las emisiones de monóxido de carbono. El parque automotor no deja de crecer y cada vez transitan más motos, carros, buses y vehículos de carga, muchos de los cuales ni siquiera deberían estar en las calles por su antigüedad. Un tema sensible porque la subsistencia de muchas familias depende de ello, pero es necesario abordarlo cuanto antes. ¿Quién le pone el cascabel al gato y los saca de circulación? Las zonas más críticas confirman la incidencia de factores contaminantes adicionales, que también deben ser objeto de acciones de las entidades correspondientes. En la calle 30, la zona industrial de la Vía 40, las terminales portuarias y las localidades del sur la contaminación es evidente por el elevado tráfico vehicular y el menor número de árboles. El clima seco hace el resto.
Barranquilla no afronta los gravísimos índices de contaminación de Bogotá o Medellín, que por su geografía cada cierto tiempo deben declarar alerta roja y adoptar medidas excepcionales. Pero sí se hace imprescindible que el Distrito, como autoridad ambiental, refuerce las estrategias para reducir las fuentes de contaminación atmosférica, relacionadas con el uso del suelo, el transporte, los combustibles fósiles o las actividades productivas. Todas las acciones deben estar soportadas en políticas de gestión de la calidad del aire con presupuesto adecuado para hacerlas sostenibles y realizables. Invertir en un aire limpio y sano no es un tema menor. Por el contrario, es esencial para reducir el gasto en salud. Eso es pensar en el futuro.