Uno de los mayores retos para las ciudades en crecimiento es la movilidad. La reducción de los tiempos de desplazamiento de un punto a otro cobra especial relevancia en la medida en que se incrementa exponencialmente el número de ciudadanos y vehículos, al tiempo que aumenta la extensión de las distancias a recorrer. Es así como, en los últimos años, Barranquilla ha visto cómo los trancones en sus vías pasaron de ser una preocupación latente a convertirse en uno de los principales frentes que demandan la actuación de la administración pública.
Si bien muchos coinciden en que la solución pasa por la construcción de más y mejores vías, y resulta claro que esta es una tarea que no se puede descuidar, también se ha avanzado en la certeza de que es igual de importante acometer acciones complementarias que apunten a cultivar una mayor conciencia cívica, puesto que el compromiso ciudadano es una condición fundamental para resolver la situación de manera integral.
Hay una responsabilidad intransferible de los conductores, los usuarios de las vías, en lo que concierne al respeto de las medidas implementadas para mejorar el tránsito urbano. Y son reiterativas las constataciones de que muchos no están cumpliendo la tarea, y terminan contribuyendo al caos de embotellamientos que se forma en determinadas horas, al violar las normas en medio del afán.
La mejor muestra de ello puede verse en las líneas antibloqueos que el Distrito trazó desde abril en intersecciones de la ciudad, algunas de ellas acompañadas de cámaras de fiscalización electrónica. Como lo recoge un informe publicado en la edición de ayer de EL HERALDO, estas líneas, articuladas con semáforos cronometrados, buscan prevenir que el conductor cruce si la luz está por cambiar a rojo y el paso no está despejado, para evitar que carros queden atravesados en medio de la intersección bloqueando el paso de los que vienen por la otra calle.
La medida no ha estado exenta de polémica. Algunos creen que está configurada para cazar infractores; alegan que, a veces, las personas se ven sorprendidas y obligadas a quedarse dentro del cuadro amarillo pintado en el piso por circunstancias ajenas a su conducción. Lo cierto, sin embargo, es que un recorrido periodístico por los puntos permitió evidenciar que muchos conductores simplemente están pasando por alto la medida; desatienden la prevención, aceleran y se lanzan a ganar unos metros en los últimos segundos, sin tener consideración de que su imprudencia puede ser el conato de un largo trancón. Incluso, cuando alguien decide frenar y esperar en señal de respeto a la medida, se vuelve blanco de gritos e imprecaciones acompañados de pitos de parte de algunos de los que vienen atrás.
Esa misma falta de cultura cívica es la que también se refleja en casos de irrespeto a los orientadores de movilidad desplegados en puntos críticos de la ciudad. Tensiones e insultos suelen dificultar la labor que cumplen, aunque sea esencial no solo para los conductores, también para los transeúntes que desean cruzar una calle con tranquilidad.
Surge como necesidad prioritaria avanzar en educación ciudadana. Es innegable que para mejorar el tráfico hacen falta más acciones que le corresponden a la Secretaría de Movilidad. Pero no es menos cierto que muchos conductores se están quedando atrás y no están cumpliendo con su parte, la cual implica moverse responsablemente y deponer los afanes propios para observar las normas básicas, en procura del bien común.