La detención, y posterior deportación por falta de documentos, de cinco venezolanos que integraban un grupo mariachi en Barranquilla constituye uno de esos episodios a los que la sociedad en su conjunto debería prestar la máxima atención.
Migración Colombia informó sobre el operativo y difundió videos de las capturas. A preguntas de este diario, un vocero de ese departamento sostuvo que la acción había tenido origen en “una llamada” y aportó la dirección donde tuvo lugar la serenata en la que se produjeron las detenciones.
EL HERALDO, en sus indagaciones, ha encontrado algunas cosas llamativas. Una de ellas es que, en todo lo sucedido, subyace un motivo económico: el pulso entre grupos de mariachis por el mercado de las serenatas.
Antes de las detenciones del jueves, los músicos que se concentran en el norte de la ciudad habían denunciado, ante Migración y la Fiscalía, una competencia “desleal” por parte de algunos grupos domiciliados en el sur. Según la denuncia, estos últimos estaban tumbando los precios del mercado de la serenatas gracias a la contratación de venezolanos, que acceden a tocar por precios mucho más baratos.
El otro hallazgo fue lo sorprendidos que se declararon los residentes de la casa donde se produjo la serenata. Un reportero visitó la citada dirección y encontró que nadie allí había solicitado el servicio, ni está en plan de propuestas matrimoniales. Lo cual concuerda con la tesis de que se habría tratado de una trampa, y pone de relieve la necesidad de que Migración despeje toda duda sobre la naturaleza del operativo.
La preocupación de los grupos mariachis del norte de la ciudad, por legítima que sea, debe atenderse con prudencia y buen tino. Esta situación específica forma parte de un escenario más amplio de tensiones que se comienzan a generar en determinados sectores por la llegada masiva de inmigrantes venezolanos, muchos de ellos sin la debida documentación.
Los barranquilleros y atlanticenses tenemos una larga historia de hospitalidad que no debe resquebrajarse un ápice ante este fenómeno inmigratorio. Y las autoridades tienen la misión de frenar cualquier asomo de xenofobia en nuestra tierra y desarrollar políticas de acogida acordes con nuestra capacidad de absorción.
Por supuesto que hay que combatir los casos que se presenten de delincuencia de los foráneos, como se haría con un natural colombiano. También es preciso velar por que empresarios inescrupulosos no se aprovechen de las necesidades de los inmigrantes para contratarlos en condiciones precarias, pues ello no afecta solo la dignidad del extranjero, sino la calidad del mercado local, ya de por sí aquejado de una elevada informalidad.
Afrontar con humanidad la llegada de extranjeros constituye uno de los grandes desafíos de las sociedades contemporáneas.