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Una formidable polvareda se ha levantado en el país a raíz de una entrevista publicada en La República, en la que el gerente de la campaña por el ‘No’ en el plebiscito sobre el acuerdo de paz, Juan Carlos Vélez, revela pormenores sobre la estrategia que siguió su equipo.

Relata el excongresista con descarnada naturalidad cómo se adaptaron los mensajes según las regiones –en la Costa se subrayó el temor a repetir el caso de Venezuela; en Cauca se puso el foco en las víctimas– o los estratos sociales: en las clases altas se enfatizó la idea de impunidad y, en las bajas, los beneficios económicos que recibirían los guerrilleros desmovilizados.

Quien conozca los pragmáticos entresijos de las campañas de masas (sean para buscar votos o introducir productos en el mercado), seguramente no se sobresaltará por estas declaraciones de Vélez. Dichas campañas suelen apelar a los instintos primarios y las emociones más que a la razón. El presidente Santos, por no ir más lejos, atizó el miedo en su campaña por el ‘Sí’ al pronosticar una ola de violencia en las ciudades si ganaban sus adversarios.

El problema de fondo viene a continuación, cuando Vélez cuenta que, por sugerencia de unos asesores extranjeros, dejaron de lado el debate sobre el texto del acuerdo y se centraron en el objetivo de que la gente “saliera a votar verraca”.

Y, a la pregunta de la periodista de por qué “tergiversaron mensajes”, Vélez no hace el menor esfuerzo por negar que incurrieron en falseamientos. Habría podido contestar que los mensajes eran veraces, pero que, por razones estratégicas, decidieron enfocarlos según segmentos de población. En su lugar, respondió con desparpajo: “Fue lo mismo que hicieron los del Sí”.

Este reconocimiento descarado e indecente de que recurrieron al engaño y a la exaltación deliberada del ánimo del votante es lo que ha servido de base a dos abogados para denunciar penalmente a la campaña por el ‘No’ y, a la Fiscalía, para abrir la correspondiente investigación. Las manipulaciones, tanto en la promoción del voto como en la publicidad comercial, pueden ser constitutivas de delito.

Más allá del curso que este asunto tome en los laberintos judiciales, y al margen de que este caso pueda avivar más la batalla que persiste entre los bandos del Sí y del No, el episodio invita a una reflexión sobre nuestra condición profunda de ciudadanos. Sobre la necesidad de dotarnos de instrumentos para discernir racionalmente, con la máxima independencia y en el sentido que nos dicte nuestra conciencia, acerca de los grandes temas que nos conciernen.

Siendo cada vez más ciudadanos reflexivos que consumidores de eslóganes, obligaremos a los líderes políticos de todos los colores, y a sus legiones de asesores, a elevar el nivel del debate público.