La inseguridad urbana ha sido uno de los frentes de actuación que más ha concentrado los esfuerzos de la gestión pública en Barranquilla en los últimos años, dado que entraña algunos de los mayores retos para una ciudad en franca expansión económica y demográfica.
El deterioro progresivo de la percepción de seguridad en el Área Metropolitana, sumada a unos indicadores de homicidios que tienden a superar las estadísticas del año pasado, el cual marcó un hito frente a la última década con más de 400 asesinatos, mantienen el orden público en la cabeza de la lista de temas por resolver.
Por eso es tan importante avanzar en un diagnóstico cada vez más preciso de las raíces del problema. Como varios expertos han acertado en señalar, hay una confluencia de múltiples causas, entre los cuales hay una serie de factores sociales que potencian el alcance de la situación, más allá de que sea atribuida principalmente a enfrentamientos de bandas delincuenciales por el control del microtráfico de drogas, de acuerdo con la tesis de las autoridades.
En este sentido, si bien todavía falta mostrar resultados más contundentes, hay pasos importantes al avanzar en el reconocimiento del profundo arraigo de falencias sociales que se extienden en la base de la población más vulnerable de la ciudad, como uno de los detonantes inequívocos de la relación drogas-violencia.
Por más alarmantes que puedan sonar las palabras del alcalde Alejandro Char, al decir que los jóvenes barranquilleros “están presos por el microtráfico”, ciertamente contribuyen a identificar uno de los síntomas más preocupantes del panorama actual. El consumo convierte a muchos en “potenciales delincuentes”, dijo Char, ante lo cual, señala que la solución no pasa por construir más cárceles sino por “buscar que los muchachos tengan oportunidades y sacarlos de las garras de la delincuencia”.
Es decir, combatir la delincuencia antes de que se forme; evitar que más jóvenes caigan por el despeñadero del crimen -y se conviertan un rostro más en el interminable ciclo de capturas y liberaciones que mantiene las prisiones atiborradas y suele culminar con una muerte violenta- mediante intervenciones sociales más efectivas de las que ha habido hasta ahora.
Esto no implica, por supuesto, descuidar las acciones de choque que reclama la ciudad. Es crucial el reforzamiento tecnológico de la Policía y el “trabajo en equipo” que destaca Char con el general Gonzalo Londoño. Con más herramientas, como las que se les están dando, tienen garantías para cumplir mejor su labor de mitigar la influencia de los que ya han hecho del crimen una forma de vida.
Resulta cada vez más evidente que el microtráfico ha encontrado una tierra fértil para crecer entre una juventud con latentes necesidades en educación, salud y acompañamiento social. Y que, por ende, es allí donde conviene apuntar las acciones para atacar el problema de fondo. Es necesario que el buen momento económico de Barranquilla se vea reflejado en más y mejores oportunidades de realización como individuos para los jóvenes de todos sus niveles socioeconómicos. Solo así se tumbarán los barrotes que les impone el microtráfico, y se ganarán más ciudadanos productivos.