Y una tarde de domingo, en ese mismo Atanasio Girardot que nos recuerda la gloria de tres estrellas ganadas allí, Junior se hizo fútbol.
El entrenador Farías volvió a jugar con los volantes externos, dejó de centralizar el juego a ultranza, dibujó un 1-4-4-1-1 más que un 1-4-2-3-1, con el equipo súper veloz en recuperación, gestación, salida y contra ataque, primando lo colectivo por encima de la individualización.
Sorprendió a Nacional con su alineación y con sus movimientos estratégicos como el cambio de perfil a Jordan Barrera y a Bryan Castrillón y el resultado fue el añorado fútbol, ese sabroso, agradable, rápido, de picardía, de ganar los duelos, de pegar primero y montarse en el partido.
La cadencia del juego, la lúdica del fútbol en esencia, el estar siempre arriba de Nacional en el desarrollo del mismo y en el propio marcador fue generando esa sensación de alegría, que pasó a emoción y a la felicidad.
Se notó, siempre, una energía soportada con más energía, con ansias de ganar haciéndolo bien, de manejar los ritmos y los tiempos y de ser efectivos en los remates a puerta, cinco con tres goles.
Junior fue fabricando el triunfo pasa a paso, gol a gol, 1x0, 2x0, 2x1, 3x1, 3x2 y después afrontó el final del juego a través de la tenencia, de la rapidez en la marcación de los más jóvenes y de la botinera de Nacional.
El ritmo del juego generó esa emoción que se fue extendiendo, el virus del juego bonito se hizo contagioso, la fiebre del triunfo, la superioridad sobre Nacional y el Juniorismo volvió a gozar con el fútbol que le gusta.
Jugar bien, bonito y ganar sí es posible, profesor Farías. Este, con Nacional, ha sido su mejor partido diseñado y dirigido, sin duda alguna, y ha sido la mejor publicidad para que la hinchada compre su Abono para lo que viene. Ojalá haya reconciliación en el gusto…