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Ni la irrupción de Rebeca Andrade en la elite mundial, ni la caída de Kohei Uchimura, ni el dominio de los equipos rusos. Todo lo que pasó bajo el imponente techo de madera de alerce del gimnasio Ariake durante los Juegos de Tokio quedó eclipsado por el puñetazo que dio Simone Biles, en plena competición, sobre el tablero del deporte mundial.

La estrella más esperada de los Juegos, llamada cuando menos a revalidar las cinco medallas que había ganado en Río, se retiró nada más comenzar su primera final, la de equipos, para lanzar un grito de socorro.

'No quería seguir. Tengo que centrarme en mi salud mental. Tenemos que proteger nuestra mente y nuestro cuerpo y no limitarnos a hacer lo que el mundo quiere que hagamos. Ya no confío tanto en mí misma', aseguró tras abandonar la sala.