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Las raíces de Italo Ferreira, primer campeón olímpico de surf, en Tokio 2020, están en un pequeño pueblo costero en el empobrecido nordeste de Brasil: Baía Formosa. Allí empezó a surcar las olas con las tapas de las cajas de icopor donde su padre guardaba el pescado que vendía después.

Nacido en 1994, Ferreira viene de una familia humilde. De padre pescador y madre empleada en una posada, su pasión por el surf irrumpió cuando aún era un niño.

Empezó como una diversión, una forma de pasar el tiempo mientras su padre recorría las playas de la zona para vender lo que había pescado. Ferreira agarraba las tapas de las cajas de icopor expandido donde se mantenía fresco el pescado y se lanzaba al mar.

Como era pequeño y delgado, conseguía surfear en la tapa de icopor. El problema era cuando una ola rompía la improvisada tabla.

'Mi padre se enfadaba porque no tenía cómo congelar el pescado después. Ahí agarraba un espeto de churrasco que había en la playa, lo colocaba de un lado al otro y juntaba el icopor para que pudiera seguir usándolo', recordó en una entrevista al portal UOL.

En otras ocasiones también le pedía prestada la tabla de surf a sus primos, hasta que su familia reunió con mucho esfuerzo los recursos necesarios para comprarle una.

Porque los inicios del campeón mundial en 2019 y flamante oro en Tokio 2020, en el debut de la categoría en una cita olímpica, no fueron fáciles.

Él y su familia intentaron una vida más confortable en Natal, capital regional del estado de Rio Grande do Norte, pero después de dos años tuvieron que volver a Baía Formosa, donde se instalaron en la casa de su abuela.

A partir de ahí empezó a dedicar más tiempo al surf. Volvía de la escuela y entrenaba. Poco a poco empezó a destacarse en los torneos locales que se celebraban en la región. Ya estaba preparado para dar el salto a campeonato más importantes, pero la barrera económica se lo impedía.

Sin padrinos, ni patrocinadores, Ferreira pedía dinero en mercados y posadas para poder viajar e inscribirse en torneos de más nivel.

En medio de esa quimera se cruzó en su camino Luiz ‘Pinga’ Campos, el gran cazatalentos del surf brasileño, que le abrió las puertas para dedicarse profesionalmente a este deporte.

'Fui a surfear muy temprano. Llegué a la playa, salí del coche y vi a un niño haciendo un 360 en el aire. Y después otro. La competición empezaba dos días más tarde y pregunté a la gente quién era ese chico. ‘Se llama Italo’', relató Campos en una entrevista con la World Surf League.

El esfuerzo mereció la pena y los resultados empezaron a llegar. A sus 13 años hizo su primer viaje internacional. Con un estilo agresivo y una enorme creatividad en sus acrobacias, Ferreira convirtió además el surf en la mejor manera de ayudar económicamente a su familia.

'La primera cosa que hice cuando comencé a ganar premios mayores fue comprar una casa para que pudiéramos vivir y decir que era nuestra', afirmó a UOL.

El campeón olímpico pretende ahora transformar ese inmueble en la sede del Instituto Italo Ferreira, que tendrá como misión ayudar a los niños de Baía Formosa con pocos recursos.

En 2011 consiguió sus primeras dos victorias en campeonato del mundo júnior y con tan solo 20 años se clasificó para el World Championship Tour de la World Surf League, es decir, había llegado a la élite del surf mundial.

En su primera participación acabó en la séptima posición, aunque ya dio muestras de todo su potencial al ser elegido el mejor novato de esa edición.

En 2018 llegaron los primeros triunfos y un año después tocó el cielo al proclamarse campeón del mundo en los Juegos Mundiales de Surf y más tarde de la World Surf League, donde se impuso en la última prueba a su compatriota Gabriel Medina, cuarto en Tokio.

Ahora, a sus 27 años, ha alcanzado la gloria olímpica, el primero en hacerlo en categoría surf, en la playa de Tsurigasaki.

'Entrené mucho, durante meses. Ahora mi nombre está escrito en la historia del surf', dijo un emocionado Ferreira tras ganar el oro, el primero de Brasil en estos Juegos Olímpicos de Tokio.