Han pasado apenas unas semanas desde los acontecimientos de Avatar: El camino del agua y Pandora ya no es la misma. Tampoco lo son Jake Sully ni Neytiri. Avatar: Fuego y Cenizas, tercera película de la franquicia que se estrena este jueves en los cines de Colombia, no se construye desde la euforia de la victoria, sino desde el silencio que deja la pérdida.
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La muerte de Neteyam, el hijo mayor de los Sully, atraviesa cada decisión, cada desplazamiento y cada conflicto de esta tercera película. La familia sigue refugiada entre los Metkayina, el clan de los arrecifes, pero la sensación de hogar se ha vuelto frágil. Jake, Neytiri, Lo’ak, Kiri, Tuk y Spider procesan el duelo de maneras distintas, y esa fractura emocional es lo que echa esta historia a andar.
“Esta película es muy honesta sobre las consecuencias emocionales de lo que ocurrió en ‘El camino del agua’”, explica Cameron. “Es una historia sobre una familia que intenta entender qué significa vivir en guerra, y qué implica para unos padres dejar que sus hijos tomen decisiones propias”.
Ese conflicto interno se refleja especialmente en Jake Sully. Sam Worthington describe a su personaje como alguien que, ante el dolor, vuelve a lo único que conoce: la guerra. “Jake regresa a su esencia, a ser un soldado raso. Cree que eso lo va a ayudar a atravesar el dolor”, dice el actor. “Pero esa grieta interior, sumada a la presión de otros clanes y del mundo exterior, es lo que exploramos en esta película”.
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Quiebre emocional
Neytiri, por su parte, está al borde del colapso. Zoe Saldaña ofrece quizá su interpretación más vulnerable dentro de la saga. “Neytiri está colgando de un hilo”, afirma la actriz. “Su corazón está lleno de tristeza y, por primera vez, su fe está siendo puesta a prueba. Ella pensó que el amor lo podía todo, y ahora ya no está segura”.
Ese quiebre también afecta su relación con Spider, el niño humano que ha crecido junto a los Sully y cuya presencia despierta sentimientos encontrados. El personaje, interpretado por Jack Champion, se mueve en una zona gris: no pertenece del todo ni a los humanos ni a los Na’vi. “Spider es un huérfano que solo quiere ser aceptado por alguien”, explica el actor. “Es una especie de tira y afloja emocional constante”.
La travesía de la familia se amplía cuando conocen a dos nuevos clanes que redefinen el mapa moral de Pandora. Por un lado están los Tlalim, conocidos como los Comerciantes del Viento, un pueblo nómada que surca los cielos en gigantescas criaturas flotantes. Su líder, Peylak (David Thewlis), representa una filosofía basada en el movimiento, el intercambio y la adaptación. “El viento da y el viento quita”, dice Cameron al explicar su visión del clan.
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En el extremo opuesto están los Mangkwan, el Pueblo de las Cenizas, cuya historia introduce una de las ideas más inquietantes de la película: no todos los Na’vi viven en armonía con Eywa. Liderados por Varang, interpretada por Oona Chaplin, los Mangkwan culpan a la deidad de Pandora por la destrucción de su hogar tras la erupción de un volcán. Su mundo es oscuro, cubierto de ceniza, huesos y cicatrices.

“Varang es una líder nacida del desastre”, explica Chaplin. “Ella se aferra al poder que destruyó su mundo y se convierte en su aliada. Es una reina joven atrapada en la desesperación”. Cameron la define como un personaje que se adentra “en la versión más oscura del chamanismo Na’vi”, capaz de infligir dolor y dominar la mente de otros.
Este nuevo clan rompe definitivamente con la idea simplista de que los Na’vi son siempre el lado luminoso del conflicto. “Ya no es Na’vi buenos, humanos malos”, señala Cameron. “Es una historia sobre elecciones, sobre lo que ocurre cuando el equilibrio se rompe y cómo cada cultura responde a eso”.
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Una producción asombrosa
Mientras tanto, la amenaza humana no ha desaparecido. La RDA se reorganiza tras su derrota y vuelve a Pandora con un objetivo más ambicioso: preparar el planeta para una migración masiva desde una Tierra agonizante. Quaritch, nuevamente interpretado por Stephen Lang, regresa impulsado por la venganza. “Puedes matarnos, pero nos reagruparíamos en el infierno”, dice el actor citando a su personaje. “Quaritch no sabe perder”.
En lo técnico, Fuego y Cenizas mantiene la ambición que ha definido a la saga. Más de 3.300 planos con efectos visuales, un sistema de captura de interpretación refinado hasta el detalle más mínimo y un trabajo artesanal que sigue partiendo del cuerpo y el rostro de los actores. “Nada está agregado a nuestra actuación”, afirma Worthington. “Cada respiración, cada emoción, es real”.

La música, nuevamente a cargo de Simon Franglen, acompaña ese tono más introspectivo. “Esta es una película más oscura en muchos sentidos”, explica el compositor. “La música tenía que reflejar ese cambio emocional y darle identidad a los nuevos clanes”.
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Al final, Avatar: Fuego y Cenizas no es solo una expansión del universo de Pandora, sino una historia sobre el duelo, la fe quebrada y la dificultad de seguir adelante cuando el mundo ya no responde como antes. “Es una película de aventura, sí”, concluye Cameron. “Pero también es una forma de procesar cómo nos sentimos hoy, usando el cine como un espacio para pensar y sentir”.
Pandora sigue siendo deslumbrante, pero esta vez arde. Y en sus cenizas, la saga encuentra su capítulo más humano.
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