Después del estreno de su nuevo largometraje, y la posterior victoria del Premio Especial del Jurado en la sección Una Cierta Mirada del Festival de Cannes, Simón Mesa se muestra más sereno. Han sido días intensos tras la “premiere”, pero el director antioqueño se toma un momento para conversar sobre el origen de esta película, muy distinta a sus obras anteriores, y nacida —según él mismo— del deseo profundo de reencontrarse con la pasión por hacer cine.
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¿Cómo te sientes con la prolongada ovación que tuvo Un Poeta en el Festival de Cannes?
Estaba muy nervioso con el primer encuentro con el público, pero resultó una linda experiencia, la gente respondió muy bien, y se acercaron a hablar con nosotros, en especial con el poeta.
¿Cómo surge este proyecto? Es bastante distinto a tus trabajos anteriores como los cortos ‘Leidi’ y ‘Madre’, y tu primer largometraje ‘Amparo’.
Sí, totalmente. Este proyecto nace de un deseo muy personal: quería reconectarme con la magia del cine, con esa pasión del inicio. Con el paso del tiempo uno siente que va perdiendo ese ímpetu juvenil, esa energía con la que hice mi primer corto. Además de dirigir, yo también produzco y escribo, y después de terminar Amparo que coincidió con la pandemia viví un momento muy frustrante.
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La película no funcionó económicamente, y el cine es un oficio que exige demasiado tiempo. Yo soy profesor en varias universidades en Medellín, de eso vivo. Cuando estoy en preproducción renuncio temporalmente, y luego regreso. Pero con los años uno se da cuenta de la necesidad de cierta estabilidad, y hacer cine es cada vez más difícil.
En medio de todas esas inquietudes pensé en dejar el cine. La semilla de esta película nace ahí; imaginarme en 20 años como un profesor frustrado, bohemio, viviendo de mis cortos y mostrándolos a los alumnos. Quería volver a sentir ese vínculo con el público, hacer algo más libre, porque el cine, como industria, tiene muchas restricciones.
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¿Cuánto tiempo pasó desde ‘Amparo’?
Técnicamente, no mucho. La teníamos lista durante la pandemia, pero como todo se cerró, decidimos esperar un año. Aunque el tiempo real no fue tan largo, se sintió eterno. Pensé seriamente en retirarme, pero esto es lo que sé hacer. En ese momento de desasosiego lo único que pude hacer fue ponerme a escribir, y así nació el guion.
¿Y de dónde sale el personaje del poeta?
Había tenido un acercamiento con la poesía, con personas que conocí en lecturas casi todas de la generación del 50 y me parecía que había una carga estética muy interesante. Todo eso se me quedó rondando en la cabeza, y fue alimentando el guion.
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¿Cómo se comparó el resultado final con lo que estaba en el guion?
Durante el rodaje no podíamos improvisar mucho porque filmamos en 16 mm, lo que nos daba muy poco material: dos o tres tomas por plano. En digital uno puede rodar muchísimo más.
Por eso hicimos un trabajo muy riguroso de ensayos durante dos meses con Ubeimar, Rebeca y algunos secundarios. Ahí sí nos permitimos improvisar. Ubeimar, por ejemplo, aportó muchos diálogos propios. Luego reescribí el guion con esas improvisaciones, y en el rodaje fuimos muy fieles a esa nueva versión.
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¿Cómo fue el proceso de casting?
Tomó bastante tiempo. Lo hicimos mientras esperábamos la aprobación de los fondos. Pensábamos filmar en 2024, pero los apoyos se retrasaron, así que seguimos buscando sobre todo al poeta y a Yurladi. Al principio buscábamos un actor profesional para el poeta, e hicimos varias pruebas, pero después un amigo me presentó a su tío, que era Ubeimar, y aunque al principio no me convencía del todo, cuando lo escuché leer el guion fue una epifanía.
Para el segundo casting él no podía venir porque lo acababan de operar, así que fuimos hasta donde él estaba, y ahí supe que era él. Con Yurladi fuimos a varios colegios, hasta que apareció Rebeca. No son actores profesionales, pero hicieron un trabajo excelente. Por eso no los veo como “no actores”. Recibieron muchas herramientas de parte del equipo y trabajaron con mucha dedicación. Ubeimar, por ejemplo, tiene una vida muy distinta a la del personaje.
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¿Cuáles fueron tus influencias para esta película?
Tengo muchas. Me gusta mucho el cine en general, pero en este caso, me basé bastante en Close Up de Abbas Kiarostami, que es una película que se relaciona con el arte, y sigue a un hombre que se hace pasar por un director de cine. Ese personaje me hizo pensar en el poeta. Pero claro, hay muchas más referencias.
Tus protagonistas siempre han sido mujeres. ¿A qué se debe el cambio?
En realidad nunca fue algo premeditado. Incluso tengo un corto con protagonista masculino. En general, me interesan los personajes que me generan preguntas. Cuando hice Leidi, que fue mi tesis de grado, me interesaba hablar de las violencias invisibles.
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En Medellín solemos pensar en la violencia de forma muy explícita, pero hay otras violencias, más sutiles, que son iguales de destructivas. Leidi, como personaje, encarna una violencia más dura que la de una pandilla. Ese corto me llevó a trabajar con una fundación sueca que quería hacer cortos sobre prostitución infantil, uno en cada país.
Pero en los últimos cinco años también ha habido muchos cambios sociales y políticos que te hacen cuestionar tu rol como hombre. Tal vez el poeta también nace de esa reflexión.
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Tu trabajo siempre ha mostrado Medellín.
Sí, nací y crecí en Medellín, y allí he filmado todas mis historias. Pero me interesan muchos otros lugares de Colombia. Más allá del espacio, lo que me interesa son los personajes, y cómo el paisaje se vuelve parte de ellos. No me interesa tanto retratar el espacio como tal, sino usarlo para contar historias humanas.
¿Qué buscabas con esta película?
Quería generar un diálogo con la audiencia. Tenía dudas sobre si el público conectaría con ciertos detalles narrativos, con esos pequeños adornos. Para mí, el reto ahora es que la película conecte, que entretenga, que se sienta viva.
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